La tribuna

Eduardo Osborne Bores

9-M: razones de un resultado previsible

ES oportuno realizar algunas reflexiones sobre las razones que han llevado a la ciudadanía a dar un nuevo crédito al Partido Socialista y en particular a su candidato, José Luis Rodríguez Zapatero, en detrimento de la alternativa ofrecida por el principal partido de la oposición de Mariano Rajoy.

En primer lugar, hemos de partir de la base según la cual el partido que gobierna tiene cierta inercia ganadora, como así lo demuestra el hecho de todo presidente que ha gobernado por primera vez ha repetido segundo mandato. Pasó con Suárez, luego hasta en tres ocasiones con González, también con Aznar y finalmente ahora con Zapatero. El poder desgasta, ciertamente, pero también proporciona popularidad, imagen y la posibilidad de llevar la iniciativa en el planteamiento de las políticas, frente al papel fundamentalmente pasivo de la oposición.

En segundo lugar, existe un factor estructural en relación con la composición del electorado que sin duda beneficia al Partido Socialista, consistente en que si bien el índice de fidelidad puede ser más pronunciado en las filas populares, hay mayores votos potenciales a favor del primero que se movilizan en mayor o menor grado según la convocatoria electoral y por factores más o menos ajenos a los partidos. El índice de rechazo al voto popular es mucho más alto que el de su adversario socialista, lo que unido a la diversa oferta electoral más a la izquierda del PSOE provoca el voto útil a favor de éste, circunstancia que se ha producido en estas elecciones.

Ciñéndonos a argumentos propios de la política diaria, los temas más conflictivos de la legislatura recién terminada (reformas estatutarias, terrorismo, política exterior…) en que el balance del Gobierno no ha sido el mejor y así se ha trasladado a la opinión pública, han quedado, si no olvidados, sí orillados por esta misma ciudadanía, derivando el contenido fundamental de la campaña a la situación económica del país, con signos claros de crisis. El aspecto económico, convenientemente azuzado por la oposición, fue sin embargo hábilmente desactivado por el vicepresidente Solbes en el televisado debate con el recién fichado Pizarro. Lo que se presuponía un aldabonazo a favor de la oposición que podía condicionar seriamente la campaña, terminó convirtiéndose en un punto de inflexión a favor del Gobierno, y prueba de ello es que no dejó de ser utilizado por el presidente en sus intervenciones.

Pese a la política desacertada del Gobierno en varias parcelas y las reiteradas y duras críticas vertidas sobre el mismo por una parte importante de la prensa y la opinión pública, con manifestaciones multitudinarias en la calle incluidas, lo cierto es que los esperados (y seguidos) debates televisivos entre ambos candidatos en nada afectaron a las posibilidades de cada cual. Si acaso, se pudo comprobar que el socialista despliega una imagen más potente que su oponente, y que cuerpo a cuerpo no resulta enemigo fácil, algo que ya se pudo intuir en el último debate sobre el estado de la nación.

Por último, pero no menos importante, no hemos de olvidar la actitud que ambos partidos han sostenido durante toda la legislatura, y en concreto la posición dura y correosa mantenida por la oposición. Sobre la base de una crítica contumaz a la posición débil del Gobierno con respecto a los temas más candentes, fundamentado en las alianzas con el nacionalismo más irredento, se ha ido demasiado lejos hasta hacer una oposición catastrofista y algo dogmática, a la postre poco creíble para la una buena parte de la población.

Si a ello le unimos la complicidad de la Iglesia y de los sectores más conservadores de la derecha española, con indudable peso mediático, contra las reformas sociales emprendidas por el Gobierno (ciertamente discutibles), así como la exteriorización de ciertas medidas internas no exentas de polémica (los casos Piqué y Gallardón), se nos aparece un partido con un perfil rígido y excesivamente sesgado, todo lo contrario de lo que en teoría conviene aplicar al escenario político.

Por su parte, el Partido Socialista, consciente de la debilidad de su gestión en varias áreas de gobierno y de su propio candidato, ha tenido la habilidad suficiente para poner sobre la mesa una serie de reformas sociales de fuerte impacto (al fin el auténtico soporte de su gobierno) de difícil encaje para la oposición, y para disimular sus indudables carencias con sobrado oficio propio de políticos avezados como el referido Solbes o el imprescindible Rubalcaba, y presentarse ante un buen número de ciudadanos como la alternativa más solvente (o menos traumática) para la España actual.

Prueba de lo anterior es el indudable ascenso de los socialistas en Cataluña y el País Vasco, donde están en disposición de hacerse a corto plazo con una posición dominante en la zona que les evite tener que aceptar las exigencias insolidarias de los nacionalismos periféricos.

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