Hablando en el desierto

FRANCISCO / BEJARANO

Las rectificaciones

HOy se cumple el segundo centenario de la proclamación por el Senado francés de Luis XVIII como rey, una de las varias rectificaciones, no la última, de la Revolución Francesa. Tomó el nombre de Luis en homenaje a su hermano guillotinado y el número para respetar el que le correspondía a su legendario sobrino Luis XVII, muerto a los diez años sin reinar. Con ese gesto quería dar a entender que la etapa revolucionaria había sido un paréntesis trágico de la historia. Pero ya nada podía ser igual. Como hemos dicho tantas veces y diremos otras, las revoluciones triunfan cuando rectifican: el entusiasmo de la primera hora se le corta en el patíbulo a los más entusiastas, el pueblo vuelve a ser un rebaño desconcertado y los revolucionarios empieza a sufrir de melancolía. El cínico Talleyrand y el infame Fouchet sobrevivieron con altos cargos.

No ellos solos, que son los más famosos, sino innumerables participantes en la revolución hicieron protestas de haber sido partidarios "de toda la vida" de Termidor, del Directorio, de Napoleón, de la Restauración, de Napoleón otra vez durante los Cien Días y de nuevo de los Borbones. Así es el alma humana. Entre 1920 y 1940 en España pasó algo parecido y, en menor medida, se repitió entre 1970 y 1990. No es que en el pasado fueran así, es que las almas siempre fueron y serán así. Las revoluciones son formas de la guerra. Aunque triunfen de inmediato, es la guerra. El pensamiento simple las distingue: las primeras han alcanzado tanto prestigio nominal que hasta las bolivarianas y las islámicas se autodenominan así, mientras que las guerras trastornan las mentes de los partidarios de las revoluciones.

Tanto unas otras, explican los autores fiables antiguos y modernos, son expresiones expeditivas y dramáticas de los conflictos internos del hombre. El hombre desea las revoluciones para remover su interior oscuro y expulsar de él lo que rechaza de sí mismo, y desea las guerras para exterminar a los que cree causantes de la oscuridad de su interior. Justificaciones y pretextos nunca faltan. Durante breve tiempo parece que va a ser el último ajuste de cuentas, pero enseguida llega la añoranza del pasado y el deseo de reconciliación que vivía latente en las conciencias. Así pasó en Francia tras el experimento: monarquías y repúblicas burguesas confortables con algunos sustos de por medio, rectificaciones para volver al único sistema posible con otro aparato escénico.

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