Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

TRIBUNA LIBRE

Mario Luis / Almario / Martín / Presbítero

El recuerdo de los que ya nos precedieron

Cuando va llegando el mes de los difuntos, todo cambia para dar paso a una especie de época de la nostalgia. Se confabulan la cosmología haciendo los días más cortos y la meteorología provocando la lluvia, el viento, el frío que hace entrar en nuestras casas y tener más tiempo para estar con los nuestros y recordar aquellos que ya no están palpablemente con nosotros.

Es una época en la que recordamos aquel lugar que durante el resto del año muchos tenemos olvidado: el lugar santo en el que reposan nuestros difuntos, el cementerio. Con gran primor van viudas, hijos e hijas, e incluso sueles encontrarte algún que otro nieto corriendo alegremente por sus calles… para seguir mostrando de manera patente a su querido familiar el cariño que aún sigue vivo en ellos.

Pero creo que después de tantos años hayamos podido caer en el error de no seguir explicando a las generaciones siguientes el verdadero sentido de esta fecha. Pienso que esta no debería ser un revulsivo que remueve nuestra conciencia a favor de ese difunto que puede estar menos atendido durante el resto del año, sino como un momento de evaluar claramente ese cariño que durante esta época del año profesamos a nuestros difuntos.

Lo primero que es de evaluar es nuestra fe cristiana. En nuestra profesión de fe que recitamos cada domingo, afirmamos que creemos en la resurrección de los muertos. El hecho de no simplemente acordarnos de su existencia sino el hecho de acercarnos a los sepulcros con cariño hace comprender que esta fe sigue viva en la gente incluso de manera inconsciente.

En segundo lugar, tendríamos que pensar en cómo transmitimos eso que hemos vivido con esa persona. Si tanto dolor nos hace padecer la separación de esa persona es porque algo de gran valor se nos ha sido quitado. Pero, aunque fue ido, algo ha quedado en nosotros: recuerdos, gestos de cariño, historias que contaba de su experiencia de vida, atención paternal o maternal, favores, forma de ser cordial… ¡Qué egoísta es aquel que no comparte lo que para él es de gran valor! Así, pues podríamos observar si eso que ha quedado en nosotros lo hemos asumido (incluso aprendiendo de él y acogiéndolo para nuestra vida) y lo compartimos con aquellos que comienzan a disfrutar la vida.

Es sencillo querer a alguien que no nos compromete. Fijaos, podemos querer mucho a nuestra madre porque tenemos una foto en casa pero luego, no somos capaces de encontrar tiempo para ir a visitarla a su casa sabiendo que muchos días lo pasa sola. Es decir, "obras son amores y no buenas razones". Pero aunque podamos hacerlo directamente con aquellos que están a nuestro lado, ¿cómo hacerlo con los que ya no están físicamente con nosotros? Pues muy sencillo, cuando nosotros deseamos mostrar el amor a nuestra madre, novia… se regala un ramo de flores. Todas son bellas en sus distintas variedades pero entre ellas hay una que muestra de manera más patente el amor: la rosa. Pero son flores que se marchitan y cuando tenemos que tirarlas, no desaparece el mensaje de amor que con ella venía. Pues a nuestros difuntos podemos demostrarle nuestro amor con un "ramo de rosas rojas que no se marchita", rojo del mismo color de la sangre de Cristo que se derrama por este y todos los difuntos cada vez que celebramos la Eucaristía. Así, pues, debemos vislumbrar si le ofrecemos a nuestro difunto la mejor muestra de amor que puede hacerse en esta tierra: La Eucaristía.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios