¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

La reforma sin fondo

SLAVOJ Zizek, uno de los pensadores más peculiares de los últimos años, ha realizado una interesante autopsia del Himno de la alegría de Beethoven. Sin meternos en honduras, lo que viene a decir el esloveno sobre esta popular pieza de la Novena sinfonía es que, pese a ser un pretendido canto a la fraternidad universal, con el tiempo se ha convertido en una composición que ha sido ensalzada por los nazis, los comunistas soviéticos, los terroristas maoístas de Sendero Luminoso, el régimen racista y supremacista de Rodesia del Sur o los demócratas de toda la vida de la Unión Europea. Conclusión, el Himno de la alegría es un "contenedor vacío" al que le cabe absolutamente todo.

Sospechamos que en la política española tenemos cada vez más de esos contenedores vacíos a los que todo el mundo se acerca con un relleno diferente. El último de ellos es la "reforma constitucional", una expresión solemne que suena a momento histórico pero que no es más que eso: un sonido hermoso, un abracadabra salvífico. Hasta el momento, "reforma constitucional" puede significarlo todo (que es lo mismo que no significar nada): desde el advenimiento de la III República a la recentralización. Como al Himno de la alegría, le cabe el infinito.

En los próximos meses vamos a tener que hacer auténticos esfuerzos de traducción español-español, porque cuando alguien nos diga que hay que reformar la Constitución para "mejorar el encaje de Cataluña en España" (la patria es un Tetris, no se olviden), quizás, lo que nos esté transmitiendo es: "vamos a cambiar nuestra Carta Magna para darle a Cataluña unos privilegios nobiliarios en pleno siglo XXI. Para pechar siempre han estado Castilla y sus subdivisiones contemporáneas -Extremadura, Andalucía, Murcia...". El matiz es importante.

Tras la escandalosa derrota de Egipto en la Guerra de los Seis Días se puso de moda en el Cairo decir que lo que hacía falta para derrotar definitivamente a los judíos era un "ejército de comandos". Esta fórmula se repetía en las barberías, en los herbolarios del zoco, en los cafés, en las puertas de las mezquitas y las iglesias coptas. Y nadie se daba cuenta que estaban repitiendo una letanía, una fórmula mágica destinada a ahuyentar el miedo que le producía la magnitud de la derrota. ¿Es la reforma constitucional una letanía o, por el contrario, es un secreto que se está cocinando lentamente en los despachos de la partitocracia? Cualquiera de las dos opciones es inquietante.

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