Confabulario

Manuel Gregorio González

Los reformistas

AHÍ estaban los cuatro: los caballeros, con los bajos del pantalón sin coger; la dama, guarecida por un yelmo de terciopelo azul y un suave toque de peluquería. Lo que ha quedado claro tras el debate, un debate tan aburrido, tan saludablemente anodino como cualquier otro, es que la revolución, la ruptura, el acabose, ha quedado para mejor ocasión y nuestros candidatos se postulan ya como graves e inopinados reformistas. Después de todo, la épica tiene un trayecto muy limitado; si la venturosa empresa del nacionalismo catalán ha encallado en el reparto de preces y canonjías, el espíritu del 15-M se ha topado, no diremos que con la realidad, pero sí con algo mucho más intrincado y misterioso: el derecho administrativo.

A esto debe añadírsele que el eficaz discurso contra la casta hoy viene recitado por unos señores que gozan de la doble condición de tertulianos y políticos, y marchan a la carrera nimbados por una corte de asesores y jefes de prensa. O sea, la vieja y desprestigiada casta, pero en versión camping-playa. Por otra parte, hay que reconocer que uno de los grandes logros de Iglesias y Rivera ha sido éste de convertir en emocionante, de revelarnos como crucial, el sordo zigzagueo de la política. Sin el concurso de estos jóvenes postulantes, la benigna agitación del patio político español -y su inesperada estabilidad, nacida de la incertidumbre-, quizá no se hubiera producido. Pero también hay que recordar que es la indecisión del electorado, la volatilidad del voto, quien ha movido hacia el reformismo, hacia una tibia socialdemocracia, no sólo a la juventud agreste de Podemos, sino al propio PP y al tenue liberalismo con el que se estrenó Rivera.

Ya digo que el derecho administrativo es un formidable lenitivo contra las utopías. Incluso contra la limpieza utópica de doña Manuela Carmena, que ahora quiere poner a los niños a recoger colillas. Aun así, es la futura variedad parlamentaria la que nos devolverá el grato aburrimiento de las democracias. Un aburrimiento que nacerá del pacto, de la negociación, de las prosaicas alianzas políticas, y al que sólo le dieron algún mordiente los grandes cronistas del hemiciclo: Víctor Márquez Reviriego y Luis Carandell. Recuérdenlo. No habrá pasado mucho tiempo, y Pablo Iglesias descubrirá que la corbata lo hace aún más guapo e incisivo. No estarán puestas las rebajas de enero, y Albert Rivera habrá encontrado un traje de su talla.

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