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Ojo de pez

pablo / bujalance

El régimen del 78

DICEN los de Podemos que el régimen de 1978 ha derivado en un sistema corrupto. Y, bueno, es una manera de ver el negocio. Hace unos días entrevisté a Antonio Muñoz Molina y me contó que una cosa es la actual democracia parlamentaria y otra muy distinta la Transición, de la que convendría dejar de hablar de una vez dado que no fue más que el medio porque el se instauró la anterior; los franceses, me explicaba, deben su actual democracia a un golpe de Estado de De Gaulle, y los alemanes a una Constitución impuesta por los americanos; y ni los franceses ni los alemanes se acuerdan ya de eso. Lo que yo creo es que la Transición no generó un sistema corrupto, sino que quienes tomaron las riendas no supieron o no quisieron corregir la corrupción que había antes; porque ésta, la del franquismo, es, en esencia, la misma que tenemos ahora. A menudo se piensa en los políticos corruptos como en insaciables vampiros que van por ahí oliendo dónde pueden meter la mano, pero, en su mayor parte, la corrupción responde en España a una liturgia propia del acuartelamiento nacionalcatólico, según la cual lo honrado y lo distinguido es tener un detallito de vez en cuando con el que manda, un reloj por aquí, un póngame a los pies de su señora por allá. Esos detalles siguen siendo signos de los bien agradecidos.

De modo que lo que ahora llama todo el mundo corrupción (y en esto sí podemos advertir un progreso moral) fue, no hace mucho, una distinción de nobleza y honorabilidad. Quienes rehusaban de dorar la píldora a sus ilustrísimas pasaban a ser, cuanto menos, sospechosos. Así que no es de extrañar que tales prácticas instauraran una costumbre general. Y en virtud de la misma, financiar la sede de un partido en negro puede verse dentro de la más estricta normalidad. Que esta costumbre perdure demuestra que, por una parte, los mecanismos de promoción y negociación en los partidos políticos son los mismos que se daban en el Movimiento; y que, por otra, la idea de que los políticos no mandan, sino que son los mandados, se sitúa completamente ajena a la realidad. Un ejemplo vivo, distinto de la corrupción, es el de Artur Mas, quien ha exprimido hasta las heces el derecho a decidir como presunta expresión de libertad popular para propugnar, finalmente, un proyecto independentista hecho a su medida.

La más curioso es que mi padre, que fue de la Falange, habría aplaudido el dictamen de Podemos. Pero ya se sabe a dónde conduce la ambigüedad agresiva y sancionadora. Al final va a ser verdad que estábamos mejor antes. Sin enterarnos de nada.

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