El reciente congreso de la Fundación Caballero Bonald -como siempre bien planteado y mejor organizado- estuvo dedicado a la narrativa breve contemporánea, lo que también denominamos relato. No faltaron alusiones al uso -y abuso, diría yo- de este término en los momentos tan desagradables que nos han tocado vivir en este país: el relato de fulanito o menganito, el cambio en el relato… Qué cansancio ¿no? Nunca me he considerado autorizado, aunque bien tentado he estado, de expresar mi opinión de ciudadano sobre el denominado procés y sus consecuencias, demasiadas y autorizadas voces hay ya. El asunto este del relato sí que me da pie para mostrar mi desconcierto y mi cabreo por la manipulación, tergiversación, apropiación indebida o directamente robo y perversión de multitud de palabras y conceptos en todo este proceso. Todo un despropósito. Ni qué decir tiene que no soy el primero en escribir sobre ello, pero es que ha sido -y supongo que seguirá siendo- tan escandaloso que tengo que sumarme a los anteriores. Quizás los términos democracia y libertad, por su condición de básicos, hayan sido los más manoseados, pero no son los únicos. También está el concepto de pueblo, el de mandato… un sin fin de ejemplos de uso inapropiado que solo se explicaría por el cinismo o el autoengaño, porque sabido es que el ser humano es el único de la naturaleza capaz de creerse sus propias ficciones. En algún caso he llegado a leer ejemplos extremos, propios de un delirio, como esa contradicción, casi un oxímoron, que supone ser "independista sin fronteras". ¿Independista internacionalista quizás? Todo podría parecer un disparate si no fuera porque es, además, una catástrofe: supone la pérdida de respeto a la palabra y, por ese camino, se llega de manera muy fácil a la pérdida de respeto a las personas. ¿Cómo, por ejemplo, se puede reclamar un diálogo que se tiene que basar en las palabras si estas se corrompen de manera sistemática?

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