Ojo de pez

pablo / bujalance

Los rentables

HACE unos días cayó en mis manos una revista pedagógica del año 1973 que incluía una entrevista con el catedrático de Bachillerato Gonzalo Torrente Ballester. Y se quejaba el profesor de que el mismo Bachillerato se había convertido en un simple preludio de la Universidad, sin autonomía ni definición propia, cuando la etapa debía fomentar e inculcar en los alumnos "una manera propia de ver el mundo" con la atención justa a lo que tendría que pasar después. Si levantara la cabeza, el autor de Filomeno, a mi pesar se quedaría de piedra al comprobar cómo los liberales de la democracia han ido todavía mucho más lejos. Mientras el Gobierno incluye en la Formación Profesional las especialidades de novillero y ama de casa (en un verdadero alarde de predicción de sistemas productivos), Albert Rivera afirma que si Ciudadanos gana las elecciones el inglés se convertirá en la "lengua vehicular de la enseñanza en España". Con ello, afirma, las familias se ahorrarán el gasto de las academias de inglés de sus hijos. De entrada, cabría puntualizar que la escuela no es una academia de inglés, ni un competidor que pueda asumir sus competencias, ni una institución que sirva para eso. El inglés debe tener su sitio, por supuesto, pero no a costa del único patrimonio que nos queda (más bien, que sobrevive): la lengua española.

Una cosa es fomentar el inglés en la escuela por su papel protagonista en el presente y, por tanto, en la formación integral de la persona; y otra multiplicar la presencia del inglés en la enseñanza porque se trata de una exigencia del mercado laboral. Y hay que volver a decir, bien clarito, que, por mucho que así lo consagre la Lomce, por mucho que los informes PISA sólo evalúen en este sentido y por mucho que la hegemonía tecnócrata así lo haya fijado en la posmodernidad, la escuela no es una agencia de colocación. Los alumnos de la escuela no son futuros empleados ni futuros clientes: son ciudadanos, ya hoy. Y vincular la enseñanza a las necesidades de este mercado constituye una vulneración flagrante de los derechos de todos. Formar angloparlantes para satisfacer la demanda no es una decisión menos deshumanizadora que formar novilleros y amas de casa. Pero con el desempleo (todavía) por las nubes, lo oportuno parece ser mandar este derecho a hacer gárgaras. La banca siempre gana.

Tal y como recordaba hace unos días el filósofo José Luis Pardo, en la Edad Media la formación estaba directamente conectada con el mercado laboral: apenas uno cumplía la edad, se ponía a trabajar. A eso vamos. Embrutecidos y rentables. Marca España.

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