TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes /

De rerum natura

El título del libro del poeta y filósofo romano, Tito Lucrecio Caro, "Acerca de la naturaleza de las cosas", presagia el estado actual de la realidad: la perplejidad.

Sumidos en un largo periodo de crisis, vivimos los efectos de la recesión en forma de paro, de aumento de la pobreza, de restricción de servicios básicos, de contracción del gasto... Pero más allá de la pura objetividad, es decir de los límites que marca el hecho de que cada día somos más pobres, asistimos a un fenómeno inédito: no entendemos nada, no hay manera de comprender que los actores tradicionales de la acción política, los políticos electos, no tengan capacidad de respuesta ante unos hechos que los sobrepasan. Y ello genera perplejidad.

Y perplejos convivimos con los efectos colaterales de la crisis, los que afectan a los sentimientos. Estamos pesimistas, desesperanzados, faltos de alegría y sin posibilidades de afrontar la vida diaria con las necesarias dosis de optimismo. Esta es, en mi opinión, la consecuencia más cruel de los tiempos que vivimos: estamos perdiendo las razones para vivir, para vivir con dignidad, me refiero.

Cuando ello ocurre, como nos está pasando en estos instantes, una sociedad pierde el rumbo, entra en estado shock, en una especie de catatonia espiritual que paraliza el entendimiento y elimina el ingrediente básico de la supervivencia: la aspiración a una vida mejor para nosotros y para las futuras generaciones. Y todo ello, sin saber qué ocurre, qué está pasando, quiénes son los culpables y por qué no se toman las medidas adecuadas para acabar con esta situación y no para agravarla. Lo dicho, la absoluta perplejidad.

En medio de esta locura colectiva, parece que todo vale. La filosofía del recorte despiadado no atiende a razones ni a circunstancias. No entiende de personas ni de situaciones, tampoco de prioridades. Es el reinado de la tabula rasa. Así, la preeminencia de la razón, una de los mayores logros de la historia de la humanidad, deja paso a la sinrazón, a la arbitrariedad, al desafuero, en definitiva, a la injusticia.

Y en estas circunstancias aflora lo peor que llevamos dentro: Homo homini lupus, que dijera Hobbes. Solo así puede explicarse que haya quien se alegre del ERE municipal o que el sentimiento de solidaridad desaparezca entre los compañeros no afectados. El problema es que estas actitudes se interiorizan y son difíciles de curar.

En un reciente artículo, Adela Cortina, catedrática de Ética de la Universidad de Valencia, recordaba la lección que un jefe indígena contaba a sus nietos. Les decía que en las personas hay tipos de dos lobos, el del resentimiento, la mentira y la maldad, y el de la bondad, la alegría, la misericordia y la esperanza. Al terminar, uno de los niños le preguntó: ¿cuál de los lobos ganará? Y el abuelo contestó: el que alimentéis. Este es el gran peligro: no solo nos estamos volviendo más pobres, sino también más insolidarios y egoístas, olvidando que, en esta siniestra lotería de la crisis, los próximos podemos ser nosotros.

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