El resquicio de la alegría

Yo, tal vez porque soy de cofradía de capa, veo con agrado los balcones adornados con cintas y farolillos

No está el horno para bollos, y el alargamiento sin fin del confinamiento unido a las negrísimas nubes que se otean en el horizonte hacen que el personal esté a la que salta para gritarle al mundo que sigue allí, que está vivo… y deseando tomarse una cerveza. Fue insinuar siquiera el presidente en su homilía sabatina ciertas relajaciones a la clausura, y tomarle la palabra. ¿Quién dijo miedo? Si así fue el domingo, imagínense el fin de semana que viene esos bajos del río llenos de gente corriendo o haciendo como que corren. Alguno conozco que lleva ya días buscando en los altillos sus Stan Smith ochenteras para el sábado…

Muchos pensaban que de esta semana yerma quedaría apenas un recuerdo en las redes, y alertaban profesorales sobre los excesos festeros en este periodo sombrío. "La Feria no es la Semana Santa", pontificaban los que parece que todavía no han soltado la canastilla del séptimo tramo, esos que como te descuides un poco mirando de reojo te cae la regañina afectada pero inofensiva de afanado diputado de cofradía seria. Son los mismos que, dos semanas después y a esa hora en que las copas tienen más agua que hielo, te largan su letanía en la trasera de la caseta con la misma chaqueta azul de Jueves Santo criticando el paso excesivamente lento de la cofradía, mientras en la parte delantera los infatigables de la pandilla intentan salvar la noche (otra más) sacando a bailar a la incauta flamenca que cada año viene de Madrid… Contradicciones de la ciudad inabarcable.

Yo, tal vez porque soy de cofradía de capa, veo con agrado y simpatía esas manifestaciones espontáneas que hemos visto recientemente: los balcones adornados con cintas y farolillos, pañoletas caseras con imaginativos nombres, remedos de pescaíto freído entre botellas de fino compradas abajo, sevillanas de los Cantores en esos dispositivos modernos que sólo entienden los más chicos de la casa, familias enteras peripuestas que más que para quedarse parecen preparadas para echarse calle Asunción abajo… Tiene hasta un punto de rebeldía, de fugaz pero necesaria exaltación de la vida, como un resquicio de luz por donde se cuela la alegría, que merece ser celebrado y recordado. Porque, quién lo duda, ya mismo están aquí otros de negro pero con maletines y, entonces, ríete tú del displicente diputado que nos dejó sin ver al palio dando aquella vuelta interminable en la calle Francos…

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