El rey del bordillo

El statu quo es la auténtica cerradura de seguridad de la imprevisible caja de Pandora

Acabo de dejarme un riñón en el taller de vulcanizados. Mientras pagaba, he suspirado: «Vaya con el bordillazo: me ha salido por un pico». El feliz dueño del establecimiento me ha contado, expandido su corazón, los entresijos y precedentes.

Hace años, el ex excelentísimo alcalde Hernán Díaz Cortés decidió que había que cambiar los viejos bordillos del Puerto de Santa María, y viajó hasta Madrid a ver lo mejor de lo mejor en acerado. Por lo visto, dio con un modelo acerado como una navaja. Los vulcanizadores se lo agradecieron mucho, lo nombraron «el rey del bordillo» y hasta sopesaron la idea de erigirle una estatua.

Al oírlo, el conservador que soy alcanzó cotas reaccionarias. ¿Acaso no serían bonitos aquellos bordillos desgastados, pulidos por el paso del tiempo como viejas maderas navales, mullidos cual besos de tía abuela? Como contribuyente, tuve que pagar el viaje a la capital, los materiales y la mano de obra. Por entonces, como conductor, aguanté los cortes de calles y los atascos de las obras. Como propietario de un coche, ¿qué les voy a contar, ay, desde el taller? En adelante, el pánico me sobrevendrá en cada maniobra de aparcamiento.

Los albañiles y los dueños de talleres, en cambio, estaban encantados, porque siempre llueve a gusto de algunos. Quizá la imagen del Puerto también mejoró con esos bordillos brillantes cual facas toledanas.

A mí, sin embargo, me sirven para plantearme la necesidad de eso que la gente llama progreso. Seguro que Hernán Díaz no pretendió jamás revitalizar el mercado de neumáticos y que le movían sus mejores intenciones estéticas, pero el resultado fue un gasto antes y un gasto ahora para el sufrido ciudadano de a pie (en el primer caso) y de a coche (en el segundo). Todo cambio tiene efectos inesperados: algunos positivos (sector del neumático) y algunos pavorosos (economía familiar).

Lo prudente sería hacer sólo los cambios imprescindibles. Si los bordillos están al borde del colapso, bueno; pero nunca porque te has cansado de verlos. El statu quo es la cerradura de la caja de Pandora.

Comprendo que, tras el reventón a mi tarjeta de crédito, digo, a mi rueda, mi neutralidad deja bastante que desear. Pero no estaría de más pensar, ahora que Sánchez negocia con Iglesias tirando de millones de gasto, en el ahorro de presupuesto y, sobre todo, de imprevistos, si nuestros grandes gestores hiciesen muchos menos gestos, por favor.

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