De momento, y no sabemos hasta cuándo, no se ha podido instaurar un régimen neofascista en Venezuela por la vía democrática, como suele ser lo deseado por las ideologías totalitarias. El deseo de legalidad, llamada desde el poder "legitimidad" para confundir a la gente sencilla que no distinguen bien los términos, es muy fuerte en los totalitarismos, pues pocas cosas les son más necesarias que el soporte moral. Los terrorismos locales y el islamismo internacional engordan y se ensanchan más y mejor en las democracias que en las dictaduras, y también ellos defienden el sistema democrático con la esperanza de acabar con él cuanto antes. El escritor británico Martin Amis, que ha venido a España para recoger un premio, ha desatado en su país una polémica gratuita, propia de tiempos de confusión, gracias al enredo que se está haciendo con las palabras.

En Gran Bretaña los islamistas no aparecen con babuchas y turbantes, sino vestidos formal o informalmente como la mayor parte de los británicos. Procuran estar en todas partes como profesionales, incluido el periodismo, y son grandes defensores de la democracia, porque les permite reclamar unos derechos que les facilitan extenderse, defender su modelo de sociedad y socavar el sistema democrático occidental, corrupto y nefasto para ellos. A grandes rasgos es la opinión de Martin Amis, que, como era de esperar, ha venido acompañada de los golpes de pecho de la hipocresía democrática y ha sido acusado de racista. Otros escritores han salido en su defensa y él mismo ha dicho con gran sensatez, inútil en tiempos de tribulación: "El Islam no es una raza. Si lo fuera, si lo hubiera criticado por ello, me habría enfrentado a tres cuartas partes de la humanidad. Nadie tiene tanta hambre de polémica como para hacer una cosa así".

No servirá de nada. Quedará como racista y es probable que ya se haya decretado su muerte en algún conciliábulo islámico londinense. Cuando conviene, y la ignorancia general o el silencio cómplice lo permiten, las verdades se convierten en mentiras y las mentiras en verdades, y una vez creada la bola y echada a rodar, es muy difícil pararla y mucho más deshacerla. Es cierto que las democracias tienen cimientos más firmes que los totalitarismos, pero esto no quiere decir que debamos confiarnos en que nuestra manera de vivir prevalecerá por su propio prestigio. En el mundo hay un movimiento antidemocrático muy fuerte, mayoritario y violento, con distinta cara, otros métodos y argumentos, pero iguales en intenciones a las peores dictaduras del siglo XX. También el siglo pasado numerosos escritores advirtieron del peligro fascista a las democracias pusilánimes y poco pudieron hacer frente a las muchedumbres de convencidos.

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