Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

En el fondo se parecen bastante. Las fiestas del Orgullo Gay, la romería del Rocío y un Gran Premio de Motociclismo, aunque reúnan a una clientela distinta, coinciden en una cosa: en la cantidad de gente que se apelotona para disfrutar del acontecimiento. Y es natural que así sea porque la pasión por el deporte atrae a muchísimo público. Y las fiestas alocadas. Y las devociones marianas. Pero lo que más gente arrastra en este mundo es saber que el sitio adonde se dirige uno va a estar de bote en bote (independientemente de lo que allí se traigan entre manos.)

En circunstancias normales yo debería estar ahora mismo en Madrid. Pero como las circunstancias normales tienen la particularidad de darse muy raramente, tuve que cambiar de planes, pues la idea de ir al Teatro Español a ver la última obra de La Zaranda hubo que desecharla tan pronto como me puse a buscar un hotel y comprobé que dormir este fin de semana en la habitación más barata de la pensión más cutre de la capital costaba el triple de lo que costaría cualquier otro día la mejor suite del hotel Palace. Y todo porque se jugaba la final de la Copa de Europa y en Madrid se iban a congregar cientos de miles de hinchas ingleses, que son bastantes más de los que caben en el estadio Metropolitano, pero da igual, porque lo importante era amontonarse en las calles a cualquier precio y poder contar que se ha estado allí.

Esto ocurre porque ahora los acontecimientos históricos se anuncian con la suficiente antelación para que la gente que no se los quiera perder pueda hacer los preparativos. Hoy se consideran acontecimientos históricos los partidos de fútbol, pero si en otros tiempos este fenómeno turístico hubiese tenido el mismo auge, quizás no habría habido manera de encontrar alojamiento para disfrutar in situ de la batalla de Waterloo, y a saber qué precios habría alcanzado en la reventa una buena entrada para presenciar en primera fila el hundimiento del Titanic o la rendición de Breda.

Y hablando de cuadros, ¿alguien ha conseguido acercarse a menos de treinta metros para ver la Gioconda en el Louvre? Yo entiendo que el fetichismo tenga su público, pero ¿se puede disfrutar del arte renacentista en un ambiente que recuerda más a los encierros de San Fermín?

¿Y han visto ustedes las colas que se forman para subir al Everest? Gracias a la posibilidad de hacerse fotos mientras se corona la cima más alta del mundo, la moda ha conseguido que muchos domingueros se presenten en la cordillera del Himalaya con el mismo espíritu con el que se presentarían en Lomopardo para hacer una paella.

La gente se amontona bajo cualquier pretexto. Para ver un cuadro o para escalar un monte. ¿Y nos sorprende que el interior de España se esté quedando vacío? Entre alpinistas, forofos, peregrinos y veraneantes perpetuos, lo raro sería que aún quedara alguien viviendo en esos pueblos mesetarios por los que no pasa ni la vuelta ciclista

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