tribuna libre

José Luis / Repetto / Betes / Sacerdote

El sacerdote, pastor y guía de la comunidad cristiana (I)

LA Historia nos dará la razón a cuantos sostenemos frente a todos los lefebvrismos que siguen pululando por la Iglesia que el Concilio Vaticano II fue la ocasión pastoral más acertada, decisiva y determinante de la edad contemporánea, y que la razón básica de la enemiga contra él estriba en no haber leído detenidamente y a fondo sus documentos y no haber penetrado en su espíritu, atendiendo sobre todo a las enseñanzas del incomparable Pablo VI. Pero los mismos que defendemos a capa y espada el Concilio, reconocemos que el terrible posconcilio que le siguió desacreditó al Concilio, incluso ante los ojos de católicos muy sinceros, y que como muchos de los autores de las barbaridades posconciliares ni han hecho una seria "metanoia" o conversión ni han recibido la reprensión necesaria o en el grado necesario, no faltan muchos que piensan que el daño hecho tiene ya poco arreglo. De todos modos algo en lo que convendremos todos es la necesidad de una asidua y ferviente oración por la Iglesia y sus pastores y una fidelidad cada día más consolidada a la Iglesia y su doctrina.

Una de las cosas más tristes del posconcilio ha sido la drástica reducción de las vocaciones sacerdotales. Se vaciaron los seminarios. Se vaciaron los noviciados. Además, numerosos sacerdotes pidieron la reducción al estado laical. A la hora de examinar las causas, el que esto escribe no puede olvidar que, luego de una conferencia tenida en el Salón Santo Tomás, del Palacio Arzobispal sevillano, un sacerdote mayor, venerable no sólo por su edad sino por su ejemplar currículum vitae, nos dijo a un grupo de sacerdotes jóvenes que hablábamos con él que los criterios y teorías expuestos en la conferencia por el ponente llevarían inexorablemente a la disminución de las vocaciones sacerdotales, porque, si se entendía que el Concilio elevaba hasta el máximo y de forma exagerada al episcopado y por otro lado al laicado, estos dos estamentos eclesiales se convertirían en dos pétreos bloques que estrujarían al presbiterado en medio, y ello - añadía aquel venerable sacerdote - va contra la historia de la Iglesia ya que, sin negar la labor de tantos santos obispos y la impagable labor educadora en la fe de los padres cristianos, los que en verdad y desde siglos han venido haciendo el trabajo pastoral a pie de calle, atendiendo a la comunidad cristiana pueblo a pueblo y barrio a barrio y pilotando además, como un Santo Domingo o un San Ignacio o un San José de Calasanz, los grandes movimientos de la Iglesia han sido los presbíteros. Y es que el ponente había dicho que en la Iglesia propiamente no eran necesarios los presbíteros, más que en cuanto que el obispo no puede estar presente en todas partes, pero que en habiendo obispo y seglares bautizados ya hay Iglesia. Aquel sacerdote mayor nos recordó que había definido el Concilio de Trento que en la Iglesia hay una jerarquía, instituida por ordenación divina, y que consta de obispos, presbíteros y ministros. Es el canon 6 de la sesión XXIII, y por si lee esto algún sacerdote diremos que viene en el Denzinger 966. No dice, pues, que la jerarquía, instituida por Dios en la Iglesia, conste sólo de obispos; mete en ella también a los presbíteros.

Se extendió el criterio de aseglarar a los sacerdotes, no solo ni principalmente en la ropa, sino en el estilo de vida, y se empezó a difundir, como con tan fuertes palabras denunció Pablo VI, el criterio de que como por el bautismo todos participamos del sacerdocio de Cristo, el presbiterado no es más que un grado más alto de esa participación. Y al mismo tiempo se quería equiparar a los seglares con los sacerdotes en las responsabilidades pastorales, pretendiéndose que un seglar pudiera ser el responsable último de una parroquia o comunidad, y que a este responsable seglar el presbítero tenía que estarle sometido; se quería dar valor resolutivo y no meramente consultivo a los consejos parroquiales, en cuya presidencia se situaba a un seglar, pese a la tajante determinación del Código de 1984 (c. 536) y se hizo burla en no pocas charlas y conferencias de la dignidad sacerdotal, como si afirmarla fuera un acto de soberbia. Pero el Catecismo Romano que editó San Pío V cumpliendo la determinación del Concilio de Trento no solo no estima soberbia hablar de la dignidad del sacerdocio sino que indica a los párrocos que hablen claramente de ella: "Ninguna dignidad en la tierra es más excelente que la del Sacramento del Orden. Hay en primer lugar que enseñarles a los fieles cuán grande es la nobleza y excelencia de esta institución si atendemos a su grado sumo, esto es al sacerdocio, pues siendo los obispos y sacerdotes intérpretes y mensajeros de Dios, que en su nombre enseñan a los hombres la ley divina y los mandamientos de vida y tienen en la tierra la representación personal de Dios, queda claro que su función es la mayor que pueda pensarse, y por eso se les llama no solo ángeles sino dioses por hacer presentes entre nosotros la fuerza y la divinidad del Dios inmortal…" (Catecismo Romano, cap. VII, punto 2. Traducción propia).

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios