José Antonio González Alcantud

Sí hay salida

la tribuna

06 de agosto 2012 - 01:00

Alos ciudadanos españoles se les ha impuesto un pesimismo persistente, con la agitación cotidiana del espantajo del "no hay otra salida". En la expresión se encierra la referencia obligada a unas abstracciones llamadas "mercados" que poco alcanzamos a comprender la gente común, si no es porque acaban materializando su insustancialidad en despidos, bajadas de sueldos y empobrecimiento. La naturaleza de la crisis, como ya lo señalaron los norteamericanos hará un año, es de naturaleza política. Europa está convulsa por falta de dirección política, o porque ésta, la germana, recuerda en demasía a épocas pretéritas en las que los káiser quisieron expandir su reich mediante métodos comerciales contundentes, antes de ensayar la militarización con las consecuencias ya sabidas.

El problema sustancial, si admitiésemos que la crisis es más política que económica, remite a la calidad democrática de los diferentes Estados. España que ha gozado de un clima de libertades notable en las décadas pasadas no parece presentar ahora paradójicamente un balance democrático muy saneado: la muy extendida corrupción entre los políticos de todos los niveles, con la connivencia de una parte de la población que los ha jaleado en sus tiempos de gloria, constituye la prueba palpable de que los mecanismos de control y supervisión acordados en la Transición no han funcionado o nunca fueron establecidos con rigor. Ello ha llevado a la judicialización de la vida política, lo que siempre será un falso remedio.

Envilecida, la clase política necesita ser oxigenada con nuevos sujetos que no vengan con cara de hambre canina a meter las garras en la bolsa de lo común. Para ello se deben adoptar medidas urgentes, de auténtica y verdadera salud pública, que saneen el cuerpo político. Algunas de ellas la opinión pública las viene demandando desde tiempo atrás: listas abiertas, fin de instituciones clientelares como las diputaciones, eliminación de privilegios de la "casta parlamentaria" (regional, nacional y europea), caducidad de la injusta Ley d'Hondt y de los privilegios territoriales regionales, profesionalización administrativa de la toma de decisiones, etc. etc. En el aire están esas reclamaciones que omito extender más por ser archisabidas.

Oxigenar la clase política es una obligación mayor aún que los espantajos económicos con los que nos inquietan los locutores televisivos a diario. Sólo así podremos eliminar esa sensación de estar en manos de la estulticia y de la ruindad. Valga un botón de muestra: estaba hace pocos años en un circo, en la poltronissima como dicen los italianos, es decir en la fila más cara, se encontraban unos políticos, no diré de qué signo, con sus familias. Por supuesto habían entrado con unos pases de favor. El payaso, desconocedor de la realidad local en la que se movía, sacó a escena a uno de aquellos políticos de poltrona -para más señas secretario de organización de su partido, amén de concejal, diputado, etc.- e intentó que tocase un elemental instrumento musical de percusión, junto a unos chiquillos del público escogidos aleatoriamente. El tipo no supo hacer nada mientras el charivari infantil entonaba un ritmo espontáneamente acompasado. Entonces el payaso hizo que una niña de unos seis o siete años golpease el instrumento del político. Lo hizo a la perfección. El payaso le besó la calva al tipo ilustre, y mientras misericordiosamente le pasaba la mano por la misma le decía: "…Pero hombre, por Dios, si hasta una niña…". Yo, desde mi posición en la sombra me quedé estupefacto de la falta de inteligencia de aquel prohombre. Había visto toda una alegoría del porvenir.

Nuestra clase política ha empeorado a ojos vista en su nivel intelectual. Ésta es la comidilla actual del pueblo llano. Nuestra Transición que los aupó al poder -aunque los de entonces parecen hoy día unos "sénecas" comparados con los de ahora- necesita una segunda vuelta. Los sistemas políticos para sobrevivir tienen que refundarse, y en España se está tardando demasiado en hacer esa refundación. Algún partido, movimiento o grupo, tiene que comenzar a caminar en esa dirección para darle nuevas esperanzas a una nación que corre el peligro de enlodazarse en una crisis más política que económica. Quizás esa segunda transición arrastre a alguna institución intocable pero no habrá más remedio. Comprendida de esta forma la crisis, sí hay salida. La que el pueblo soberano quiera.

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