La Rayuela
Lola Quero
La fiesta de Alvise
Si Pedro Sánchez tuviera la mitad de la dignidad, sentido de Estado y responsabilidad que tuvo Felipe González en 1977, si a Pablo Casado le pasara lo mismo con respecto a Adolfo Suárez, si Pablo Iglesias también alcanzara el 50% de la estatura de Santiago Carrillo, no cabe ninguna duda de que la actual crisis se afrontaría con un instrumento semejante al que pusieron en pie los tres más antiguos de estas tres dicotomías. Una especie de Pactos de la Moncloa del siglo XXI, como propone mi colega Ignacio Varela.
En aquella ocasión del 77, sólo un gran consenso nacional de los partidos más relevantes, los empresarios y los sindicatos, que sacrificaron sus posiciones y parte de sus intereses en aras de la salvación de España, permitió combatir una inflación que se acercaba al 30% anual, un paro devastador y una transición en tenguerengue. Sin aquellos pactos no hubiera habido democracia en España, o al menos habría tardado mucho más. Todos cedieron, todos ayudaron. Ninguno pretendió sacar tajada de las dificultades del país.
Veo muy difícil que ahora se resucite aquel espíritu y se elabore un programa conjunto de salvación de la crisis de salud y de reconstrucción económica y social. No porque la situación actual sea menos grave que aquélla. Tampoco porque los Suárez, González y Carrillo tuvieran menos ambición de poder que los Sánchez, Casado e Iglesias. Qué va. Lo que sí tuvieron fue más altura de miras, más perspectiva histórica, menos sectarismo y más patriotismo que éstos.
Todos los nuevos mandarines de la política serán responsables de que el Estado guerree contra la pandemia y sus consecuencias en la vida de los españoles sin las armas contundentes, y a veces determinantes, de la unidad y la solidaridad. El que más, Pedro Sánchez, que es el presidente del poder más poderoso de ese Estado que necesitamos sólido, cohesionado y protector. Tiene que dar un paso al frente, abandonar un proyecto de legislatura (divisivo, puramente ideológico, trincherista) que la pandemia ha matado, marginar a unos aliados que le traicionan cada vez que los necesita y liderar una alianza de país, transversal e inclusiva, que junte todas las energías para una recuperación vital que se impone a cualquier otro interés particular.
No puede ser que Pedro Sánchez y Pablo Casado no hayan hablado en estas dos semanas. ¿Para cuándo lo dejan?
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