tribuna

Sebastián García

La seguridad del Estado

LA novela La fundación, de Isaac Asimov, comienza con el juicio penal contra Hari Seldon, un personaje del futuro muy, muy lejano, que ha desafiado el poder del Imperio Galáctico con sus trabajos sociológicos al anunciar que esta inmensa organización política, que lleva miles de años gobernando a billones de humanos, habitantes de millones de sistemas solares, se derrumbará en pocos siglos a causa de sus injusticias y desequilibrios. El acusado es un científico, creador de la Psicohistoria, una especie de supersociología de masas mediante la cual ha elaborado este análisis apocalíptico. Más apocalíptico que El caso de la deuda soberana y el Imperio del Capitalismo, pero no tan lejano en realidad.

Para no aficionados a la ciencia-ficción recomiendo hacer un esfuerzo y leer novelas como ésta, muchas de las cuales, robots aparte, suelen estar escritas por grandes pensadores de las ciencias positivas, que aportan grandes enseñanzas. Los más jóvenes no recordarán a Asimov, muerto en 1992, pero seguro que les suena la historia por la saga de La guerra de las galaxias, directamente deudora de La fundación.

El caso es que al acudir a la segunda cita ante el Tribunal, Hari Seldon se enfrenta a una situación totalmente nueva. Él mismo, al encontrarse en otra sala distinta de la primera y con unos interlocutores renovados, no se da cuenta cabal de lo que está pasando, pero enseguida el alto funcionario que ha sustituido al juez le saca de su incertidumbre: en realidad el psicohistoriador tiene tanta razón que el primer día les convenció de que no es un conspirador barato, sino que en realidad un gran peligro se cierne sobre la civilización galáctica. "Esto ya no es un juicio, es una reunión sobre la seguridad del Estado", le aclara el alto funcionario.

Seldon, que de reo pasaba así a ser asesor del Gobierno al más alto nivel, aseguraba que, de todas formas, la decadencia del Imperio ya no había quien la parase, pero aportaba sus recetas para poner remedio en lo posible, empezando por la creación de esa Fundación que da título a todo el apasionante relato.

No voy a contar cómo termina la historia, porque prefiero dejar intacta la intriga que lleva a la lectura, y porque lo que me interesa es el comienzo: la civilización tiene mejores opciones si alguien se da cuenta a tiempo de que algo pasa y, sobreponiéndose al corto plazo, sabe mirar por encima de miserias y egoísmos, y pensar en el bien de todos.

En nuestro Imperio del Capitalismo hay científicos de sobra que han advertido de grandes desequilibrios y peligrosas injusticias que amenazan con dar al traste con todo lo que hemos construido, pero hasta ahora se les ha hecho poco caso. Sin embargo, hay también señales de que los Hari Seldon del momento comienzan a hacerse oír. Seguramente, el hecho de que nunca como hasta ahora haya habido tanta gente instruida, y por ende con tanta capacidad de razonar y aportar sabiduría, es un factor muy importante. Muchos de estos instruidos se han lanzado últimamente a las plazas públicas, no sólo para mostrar su condición de indignados por la escasa recompensa que esta sociedad les ofrece por su valía, sino porque pese a todo están dispuestos a dar lo mejor que tienen, su inteligencia, para proponer soluciones.

Por fortuna, los políticos más perspicaces ya han olfateado el asunto, y así, para citar lo último, el debate sobre el estado de la Nación se ha llenado de guiños a los combativos del 15-M. Un poco más atrás, la última actualización de la estrategia de seguridad del Estado español ha sorprendido a propios y extraños incluyendo los desequilibrios económicos como uno de los factores de mayor riesgo potencial para el futuro de nuestra democracia.

No tanta sorpresa, en realidad, porque desde los economistas a los indignados, desde los politólogos a los estrategas, se apunta en la misma dirección: toda esta política mundial pensada sólo por y para los ricos, todos estos rescates destinados en realidad a asegurar que los financieros cobren, caiga quien caiga, son una amenaza grave y próxima para la convivencia, porque la gente se está hartando de que no se piense en las personas, una a una, y cualquier día puede pasar algo irreparable. Desde que cayó el Muro de Berlín en 1989, el empuje ciego y egoísta del capitalismo triunfante no ha dejado de empujar sólo en un sentido, escorando las cosas peligrosamente.

Y no acaban de entrar en escena los altos funcionarios del Estado que deberían poner coto a esta deriva. Esa fotografía que ha dado la vuelta al mundo, la del policía atenazando el cuello del manifestante ensagrentado, lo dice todo de lo que está pasando, hoy en Grecia y mañana en cualquier sitio.

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