HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

La señal de los pájaros

HaCIA los idus de febrero se empiezan a aparear los pájaros con gran griterío y revoloteos inquietos. El hombre vio en estas señales los primeros signos de la primavera y los tuvo por líricos, hermosos y esperanzadores del renacer de la vida sobre lo más agrio del invierno: un tiempo mejor estaba cerca. Desde época remota instituyó fiestas por estos días para que los jóvenes se conocieran bajo la vigilancia del clan, de donde viene el día de los enamorados, porque muchas generaciones habían visto que también entre los humanos se despertaba una inclinación mayor a aparearse o a experimentar un inexplicable, aunque común, estado de alelamiento juvenil, aun entre desconocidos, que, cuando entraba fuerte, impedía incluso los deseos sexuales y solo aspiraba a estar cerca del objeto del trastorno afectivo, a ser posible a solas y olvidado de los demás. A este sentimiento tramposo se le llamó amor.

Pues todo se debe a una hormona, la oxitocina, llamada del amor en sentido amplísimo, que inspira afectos muy dispares, desde el enamoramiento egoísta propiamente dicho hasta el apego sentimental generoso a la familia, el grupo o el clan. La oxitocina no va en los afectos mucho más allá, de donde deducimos, o deduce el profesor holandés De Dreu, que nuestra capacidad real de amar a los demás es muy limitada. Esto ya lo sabíamos hace tiempo. Si pensamos en las personas que nos importan de verdad, vemos que no pasan de un grupo reducido. El amor universal y la hermandad de todos los hombres son abstractos, un amor espiritual, ideal y moral, que no se vuelve concreto hasta comprobarse de cerca que la especie humana es la misma en todas partes y los sentimientos que conocemos en nosotros se manifiestan también en los otros, es decir, cuando hay una relación directa e interviene la oxitocina.

La hormona del amor sirve para muchos grados y tipos de amor. No genera rechazo, ni mucho menos odio, hacia los desconocidos, siempre según De Dreu, sino lealtad hacia el grupo al que se tiene conciencia de pertenecer. En caso de escasez de alimentos, por ejemplo, un individuo los procurará para su círculo cercano, aunque deje sin comer a un grupo más alejado y que no considera el suyo. Igual pasa con los favores y ayudas: se favorecerá a los propios en detrimento de los extraños. El profesor holandés ha investigado una situación extrema: cinco personas están inmovilizadas en la vía por donde va a pasar un tren, pero se salvarán si un kilómetro antes se arroja a la vía a un desconocido, a elegir entre uno con apellido holandés y otro de apellido musulmán. Este último sería el salvador.

Los pájaros siguen en el tejado vecino con actividad frenética. Hace tanto tiempo que sentimos simpatía por ellos y nos anima tanto la promesa de la primavera, que no se nos ocurre pensar en las crueles injusticias de la oxitocina.

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