LA nicolumna

Nicolás / Montoya

El sexto sentido

EN pleno mes de uso continuo de aire acondicionado, de baños semidesnudos en la piscina o en la playa y del consumo compulsivo de helados, los protagonistas son los sentidos. Somos unos esclavos de los sentidos.

Hasta las cosas más grandes y espirituales las concebimos a fuerza de imágenes agradables o llenas de guiños a lo placentero. La misma felicidad efímera, que es la cosa más inalcanzable que podemos pensar, la podemos concebir más relacionada con el verano, con las horas de luz, el calor y las vacaciones. Todos los que hemos sido niños hemos degustado con furia algún trozo de mantecado. Todos los que hemos usado pantalones cortos, hemos concebido el mundo de los meses estivales, como algo sin fin. Todos y todas hemos esbozado un paréntesis en nuestras vidas durante estas semanas.

Vivimos presos del encandilamiento de la forma y sumidos en un mar de confusiones a diario, por todo lo que llega a través de nuestras papilas gustativas, visuales o táctiles.

La gente destapa sus hombros, enseña los tobillos e incluso más cosas. Se atreve a ir misa en sandalias o degustar tapas en bañador.

Pero otros, tal cual impertérritos minotauros de rotonda, permanecen impasibles, sin cabeza propia, encorbatados y con trajes de chaqueta todo el día. Son personajes de un escenario, en el que no se permite el mínimo desliz de manifestación externa de sensibilidad, lo que aumenta la leyenda de los foros políticos, donde las túnicas son ahora peelings, y para colmo, no degustan tanto de sus sentidos. Pero son peajes del propio viaje.

Lo significativo es que debe ser difícil vivir rodeados de luz, de color y calor por todas partes, y a la vez guardar las formas. Como mucho, seguro que pueden disfrutar de otras formas de sensaciones, del morbo del poder, de la erótica de los sentidos, pero sobre todo del sentido común, que es el que más necesitamos que posean.

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