Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El síndrome de Venecia

A no pocas localidades de planazo y encanto ya les estallan las costuras

Que nada es para siempre es un imperativo del paso del tiempo, que suele en nuestra pequeña vida y nuestro gran corazón ir de la mano de la nostalgia y de la idealización de lo que no sólo fue bello o digno, sino que también y sin duda debió de haber sido lo contrario con frecuencia. Con la enorme plasticidad de la memoria y los dedos selectivos que la modelan, podemos llegar incluso a la reinvención de la historia propia y la de los seres queridos, o a hacer nuestros a los que en realidad nunca conocimos bien: ya no pueden hablar. Pecadores de melancolía al estilo de Manrique lo somos todos en ocasiones. Pero eso de que "cualquier tiempo pasado fue mejor" es una máxima patética. Cualquier tiempo pasado fue otro tiempo que ya no es; eso es seguro.

Ayer, en una prensa cuyas hojas de papel o de pantalla son el trasunto más cotidiano del tempus fugit, dos noticias aludían a lo dicho, además de al turismo. Primera, que la catedral de San Marcos de Venecia se va a caer. Con franqueza, antes que a aquel sitio sin venecianos, donde pululan correntías de guiris y que es carísimo hasta la náusea, iría a pasar un fin de semana a Soria o a Teruel... y no quiero dar ideas, que los destinos de moda son pan para hoy y decadencia para mañana, con pocas excepciones de ciudades de los que los lugareños no han sido fagocitados por los forasteros, aunque normalmente sí en los centros históricos... en los que no se cubren las plazas escolares y a los que, es cosa de años, no querrán ir ni los insoportables despedidores de la soltería (excrecencia turística donde las haya). Y se caerán las catedrales, y sus ruinas serán repobladas por colgados y bichos. Tómenlo como una oscura broma.

La segunda noticia del lunes es un reportaje de Pedro M. Espinosa sobre Zahara en este diario. Cabe encontrar ejemplos en toda la costa andaluza de la amenaza de la inflación de la novedad y el mogollón de temporada. También algunos pueblos de interior son víctimas del éxito turístico, pero muchos menos: el vaciamiento tiene sus activos. La naturalmente divina localidad gaditana se ve año tras año convertida en un pueblo con las costuras reventonas en la temporada alta (alta de planazos, precios y densidad de población, y baja de comodidad, garantía de seguridad y capacidad de infraestructuras y servicios). La economía de los pueblos tocados por el éxito veraneante -un modelo distinto al de playa familiar- están en no pocos casos todavía en manos de gente de allí, o de forasteros estables...; todavía, pero cada vez menos: este proceso también es natural.

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