Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

A quién sirven las elecciones

Las fechas de aquí dependían del resultado de allí... ¡vivan las fiestas de la democracia!

Si usted se acerca de vez en cuando a esta columna, la siguiente certeza le sonará algo repetitiva: en este país, lo incesante y solapado de los periodos electorales de diverso ámbito se han convertido en una costumbre sumamente ineficaz (no se consiguen los objetivos democráticos, sino que se impostan en clave de terruño) e ineficiente (los comicios valen un dineral). O sea, la programación de elecciones de localidad, región, Estado y continente son un ejemplo de mala gestión. Porque caen en la promiscuidad. Porque entre una campaña y otra -y su circo multimedia, y sus falsas promesas, y sus alardes fraternos-, los políticos no se dedican a su trabajo... salvo que dicho trabajo sea pelear electoralmente por ellos mismos y sus partidos, su particular fregadero. La res partidista se impone con poco disimulo a la res pública.

La batalla de Castilla-León nos ha deparado el conocimiento del hecho diferencial soriano; una tierra desconocida para la mayoría de los españoles, y prototipo de lo que llaman España vaciada... aunque con tantos amores recientes de pioneros tardíos, la Numancia renacida empieza a despedir algún halo de lugar de moda: ya saben, ojo con sobar a la rosa. Teruel y Soria existen, eso sí se lo debemos a las elecciones. Pero las elecciones ganadas por el PP en Castilla la Vieja han servido para preparar las nacionales, si es que no eran la liguilla clasificatoria previa a éstas. Y en medio de ese camino, la en exceso larga contienda mesetaria y sus resultados deciden cuándo votaremos los andaluces en urnas autonómicas. Es así, y además nadie dentro de los partidos parece molestarse en disimular este vicio, que ha convertido en ley no escrita una costumbre degenerativa. El dato es palmario: ante el avance castellano de Vox, nuestro presidente regional, Juanma Moreno, alargará la legislatura y no habrá elecciones inmediatas en esta comunidad de ocho provincias. ¿No es para quedarse ojipláticos que los castellanoleoneses decidan con su voto cuándo votarán los andaluces?

Si algo caracteriza a las organizaciones de bajo perfil, sean empresas privadas o instituciones públicas, es la excesiva centralidad de las personas que ostentan el poder. Entre la mera vanidad y el clientelismo a costa de lo ajeno, hay una gama de colores, y en algún sitio de ese espectro hay -digo yo- una terra incognita y virtuosa donde se sitúa la verdadera responsabilidad corporativa, y no la que figura en una costeada memoria de papel de alto gramaje, o en los laboratorios electorales de la España mamporrera (electoralmente).

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