LA nicolumna

Nicolás / Montoya

La sombra de la palmera

Aquella idea de que a quién a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija, ha quedado ya como panegírico de la desfachatez. No porque existan jefes de gabinetes afortunados con su nómina, o primos de políticos metidos a secuestradores, sino, y es más que una coincidencia, porque al final, cuando los termómetros suben es cuando todos buscamos la sombra sin tapujos. Tanto para quedarnos más frescos, como para acomodarnos en ella.

Porque hay cosas que nos acompañan toda la vida, como nuestra sombra, y cosas, que están ahí, imperceptibles, pero machaconas, desde mucho antes de que los hermanos malasombra cantaran sus canciones pegadizas. De todos modos, conseguir que todo lo que nos acompaña diariamente pueda servirnos para algo, puede tratarse de un ejercicio de magia o quizás una forma de echarnos a la espalda todo aquello que nos molesta.

Los europeos ya no tienen bastante con la jornada de cuarenta horas, los portugueses están alucinando con el carpetazo al caso Madelaine, los padres de Mari Luz han perdido la confianza en la justicia, la familia de Juan Holgado sigue sin una explicación a su particular calvario, los cientos de kilómetros de playas gaditanas absorbiendo a diario ilusiones en pateras, los sanluqueños continúan sin creerse que el paseo marítimo de su pueblo pueda ser algo tangible para años, y mire donde se mire, por todos lados, la falta de respuestas es sintomática.

No en vano, cuando ciudades como la de Jerez, tienen a bien la colocación de grandes toldos en Lancería, con el fin de que el verano del año que viene, la sombra sirva para mitigar sudores, es cuando nos damos cuenta de la auténtica realidad. Que conseguir percatarnos de la sombra artificial es otra posibilidad. Que existen demasiadas preguntas en el aire. Que las respuestas están en el viento, en la sombra y en el sol. Pero que pensar, a bajas temperaturas, favorece la racionalidad.

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