El sueño de Pere

Quiso dormir de nuevo arrullado por la calidez de aquel pasado nunca valorado, que procuraba no revivir

Pere Pons i Pérez no durmió bien esa noche. Verdad es que la habían precedido días de mucha agitación. Era preciso cerrar el ejercicio, menos boyante este año que los precedentes, y a ello se superpuso la inesperada campaña electoral, tan incierta y en un ambiente no del todo favorable, con el peso añadido de algún molesto viaje patriótico, aunque todo se sufriera con el mejor ánimo y afectando un optimismo que no habitaba el corazón.

Muy pronto se despertó del primer sueño, o al menos eso le pareció a él, tan vívida y alegre era la imagen de aquellos tiempos, sus temporadas en la vieja y modesta masía de los abuelos, los juegos con los innumerables primos Pons y las visitas de mosén, aquel cura de sotana empeñado en el latín. Y las más ocasionales, pero tan divertidas, en el pueblo de su madre, todos tan cariñosos con el nieto o el sobrino catalán, al pie de las grandes sierras, pueblo tan blanco y tan cerca del mar. ¡Qué otoños en una, qué veranos en el otro!

Quiso dormir de nuevo arrullado por la calidez de aquel pasado nunca valorado, que procuraba no revivir, pero no tardó en desvelarlo ahora el recuerdo del rugir de la multitud y el flamear de esteladas, esa excitación de vivir momentos de plenitud, de realización de anhelos y utopías, de afirmación rabiosa de la mitad de su ser sobre la otra, negada y despreciada sin saber muy bien por qué. Esa borrachera sin vino ni copas dejó paso al fuerte sopor de la noche profunda. Durmió sí, durmió, pero el sueño se poblaba de fantasmas que traían escenas de tiendas vacías, de terrazas desiertas, ruido de sirenas, gente asustada y templos profanados por el odio. Algunos empezaban a irse sigilosamente, otros se encerraban en sus casas y las patrullas identificaban a los escasos viandantes. Al caer la noche, algunos automóviles atravesaban las avenidas a gran velocidad.

Se despertó algo más tarde de lo previsto, pero aún con tiempo para sus rutinas mañaneras. Las imágenes nocturnas no le abandonaron durante la tibia ducha ni en el extrañamente moroso afeitado. Al café ya le acompañaba un retraso que sólo le punzó un momento. Cuando se sentó ante las fotos familiares -no recordaba haberlo hecho nunca- apenas le importaba que le esperasen en el colegio electoral. Desde muy hondo, tan cerca ya la Navidad, una voz que sonaba a la de su madre le llamaba: -Pere, Pedro, ¿dónde estás?

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