Tribuna cofrade

Susana Esther Merino Llamas

"Carpe diem" cofrade

El tópico literario que tanto utilizaron los autores de la poesía del Siglo de Oro, “Carpe diem”, nos invitaba a aprovechar el presente, ya que nunca podemos fiarnos de lo que acontecerá en el futuro más inmediato.

Y hete aquí cuando, al hilo de lo que en todos los aspectos de la vida, pero ahora en el plano cofradiero, es esta maldita actualidad que estamos viviendo a cuenta de este también maldito virus la que nos hace reflexionar sobre el significado de este latinismo.

Cierto es que el hecho de que una hermandad plante a su cofradía en la calle parece tornarse en el momento más álgido, en el culmen de todo lo anhelado tras la espera de un año entero. La realización de la estación de penitencia acompañando a nuestros Sagrados Titulares es para todos el ver cumplido ese sueño adormecido que se hace realidad cuando llegan los días del gozo. Pero también hemos de ser conscientes que nunca nos paramos a valorar, como en tantas otras situaciones de nuestra cotidianidad, lo que Dios nos regala a cada instante sin nosotros apenas reparar en ello.

En cuántas ocasiones ha salido de nuestros labios, cuando alguien nos ha cuestionado el por qué no asistimos, por ejemplo, a un determinado evento de nuestra corporación, esas tan manidas y tan estériles frases hechas como “el (Cristo o la Virgen) no se van a ir” o “a la hermandad no se la van a llevar, ya iré a tomarme una copa otro día, ahora no tengo tiempo” (sin tener en la mayoría de los casos algo mejor que hacer).

Está claro que, por supuesto, todos tenemos nuestras particulares ocupaciones, inquietudes e infinidad de asuntos que nos rodean que no tienen por qué guardar relación con el ámbito cofradiero (y es incluso lo más sano para no llegar al hartazgo), pero no es menos verdad que cuando el sentir como cofrades llega, junto con otras más cosas, a pertenecer a nuestra parcela más personal, hemos de ser conscientes entonces de los compromisos (sin tener que llegar a la oficialidad) que adquirimos con nuestra corporación nazarena.

Ahora, y entrando en el plano más personal, les puedo asegurar  que no hay mejor antídoto para atravesar este árido desierto que el Señor nos ha puesto por delante, que llevar a la práctica un eterno “Carpe diem” en lo referente a nuestras hermandades. Les aconsejo, en la medida de las posibilidades de cada cual, que no dejen de visitar a sus Amantísimos Titulares cualquier día del año, sin tener que tratarse de una fecha señalada en el calendario. Tener presente a tu Cristo o a tu Virgen en la retina, no sólo de cómo estaban tan magistralmente situados en el altar de quinario, sino también de cómo nos esperan en el silencio de sus capillas una tarde de octubre o una mañana de julio, se nos convierte ahora en el mejor alimento para nuestra alma y nuestro cuerpo, y en el bálsamo perfecto para adormecer ese nudo en la garganta cuando nos invada la pena.

Así que cuando todo haya pasado y vivamos la Gloria de la Resurrección tras este particular calvario, no lo duden, acudan en cualquier momento al reclamo callado de Aquellos a quienes no podremos acompañar revestidos de la túnica nazarena o bajo las recias trabajaderas, y brinden en cualquier rincón de su casa de hermandad con los que comparten el sueño de todo un año de espera, porque, como dijera el poeta latino Horacio, “Carpe diem”: Vive el presente.  

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