Tribuna cofrade

Susana Esther Merino Llamas

Ahora y siempre

NO hay que ser muy observador, por no decir nada, para, si establecemos una comparativa temporal, aunque sea por un instante cuando hacemos el periplo dominical-cuaresmal de templo a templo, caer en la cuenta del desfase de número de visitas que reciben las Sagradas Imágenes de Cristo y María en estas benditas jornadas con respecto al resto de los días del año.

Es más que evidente que con esta afirmación no se pretende descubrir la pólvora a estas alturas del largometraje, ya que, por aplastante sentido común, es lógico y normal que los cultos y veneraciones (este último concepto se podría matizar en otra ocasión) se celebren para que acuda el mayor número de hermanos de nuestras corporaciones nazarenas junto con los muchos fieles y devotos de Nuestros Amantísimos Titulares. Sería todo esto un hecho más que estéril si pretendiéramos llevar a cabo una catequesis donde participase una minoría de personas, ya que, al igual que con la estación de penitencia, lo que estamos haciendo es una manifestación pública de nuestra fe (aunque sea en el interior de una iglesia).

Pero, independientemente de que ahora estemos llamados a asistir a las distintas celebraciones que realizan nuestras hermandades, además de dejarnos llevar por todo lo bello que rodea a estos previos a la Semana Mayor, no deberíamos permitir que las sensaciones y la catarsis de sentimientos que vivimos durante estos días se diluya como algo efímero (que ciertamente no deja de serlo) o como si todo hubiese sido flor de un día. Porque, cuando ahora notemos cómo se nos abren hasta las costuras del alma cada vez que nos plantamos frente a la misma Madre de Dios, o se nos quiebre el corazón cuando la mirada se nos detenga ante unas manos traspasadas por los fríos clavos del martirio, hemos de hacer un acto de contrición y reflexionar sobre cuántas veces Ellos nos están llamando, nos están invitando a que oremos con la única compañía de los muros de las capillas donde moran durante todo un año, nos están esperando para que desgranemos nuestras súplicas con la gran voz que nos regala el silencio y nos ofrecen ese brocal de bendiciones sin límites desde la intimidad de un  Padrenuestro o un Avemaría salidos de nuestros torpes labios.

Y es que, no nos olvidemos que Cristo y María nos aguardan tanto en cualquier tarde de primavera chorreante de lindezas de blancos azahares como en cualquier domingo de otoñales ocres...en definitiva, nos esperan ahora y siempre.

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