De aquella pujante hermandad de la Virgen del Rosario del convento de Santo Domingo, en la que a partir del siglo XVIII se integró la colonia cántabra en la ciudad, admiramos todo el año su deslumbrante capilla. Un espacio donde las formas barrocas y rococó se apoderan de la arquitectura gótica a través de un retablo y una portada en los que sus respectivos autores, Agustín de Medina y Flores y Andrés Benítez, dejaron parte de lo mejor de sus producciones. Sin embargo, hay otra pieza que es también prueba de la opulencia vivida por esta cofradía. Me refiero al templete de plata en la que la imagen mariana sale a la calle cada mes de Octubre. Esta obra, clave de la platería local por su tamaño y calidad, es neoclásica por cronología pero aún barroca por el dinamismo de sus formas. De este modo, sobre cuatro pares de esbeltas columnas se apoya una vibrante cornisa de curvas y contracurvas que se funde con un remate calado no menos palpitante, todo ello fusionado mediante gráciles figuras de ángeles de madera dorada. Sorprende, por eso, lo tardío de su realización, pues sabemos que fue labrada entre 1797 y 1800 por el platero Manuel Mariscal. La clave está en su fuente de inspiración, el templete que cobija la custodia del Corpus Christi de la Prioral de El Puerto de Santa María, punto de partida del jerezano, como aclara la documentación conservada por la hermandad, consultada y publicada por Ignacio Ruiz de Villegas.

En los últimos años el paso de la Virgen del Rosario era cedido para ser usado en la procesión del conocido como "Corpus de Minerva" de San Miguel. La feliz combinación con el monumental viril de Juan Laureano de Pina era un logro estético que el próximo domingo dejaremos de contemplar por el mal estado de conservación de la obra de Mariscal. Que su ausencia sea breve y su restauración inminente.

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