Nadie podrá negar que la mentira forma parte de la vida y de la política. Si cogen cualquiera de los manuales clásicos de la historia del pensamiento político, encontrarán no pocos casos; las medias verdades, la realidad edulcorada, el circunloquio semántico para no revelar la verdad desnuda sin ambages y los medios necesarios- aun inmorales- para llegar al fin deseado: la ostentación del poder, esa droga maldita que el político disfraza a menudo de servicio desinteresado a la comunidad. Aun así, con los defectos que se quiera, la política es imprescindible para que las sociedades puedan organizarse; lo contrario sería el caos o la dictadura. Si me apuran, mentir no está mal visto del todo; lo que es letal es que esa mentira quede al descubierto, sin justificación posible alargando la agonía del mentiroso. Quien ha hecho una tesis doctoral, sabe que no se escribe en ratos libres, que requiere método, tiempo, esfuerzo del intelecto. Resulta difícil aceptar que un diputado, con las cuantiosas obligaciones que el partido y la vida política te impone- la mayoría inútiles-, tenga tiempo, temple y concentración para investigar, leer y escribir, con un mínimo de rigor intelectual. La tesis-trampa del Presidente adolece de tres males: para los que saben de la materia no tiene ningún valor académico, es un plagio como una catedral y muy probablemente ni siquiera la escribió él. Quienes alimentaron la caza contra Cifuentes y Casado, no pueden ahora justificar este fraude. Sánchez, que ha tenido peores tardes, no caerá por la tesis- por desgracia para este maltrecho país-, pero esta mentira tan burda, defendida solo por los que le deben cargo y sueldo, o los socios que esperan sacar ventaja, recuerda a lo que dijo otro ilustre socialista: no nos merecemos un gobierno que nos mienta. Y este lo hace con desparpajo.

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