El otro día aparecía en la prensa que para salir del embrollo político en el que se encuentra Bélgica, una sesuda ginecóloga ha recomendado a las esposas de sus señorías que no les permitan hacer el amor hasta que hayan conseguido arreglar sus asuntos. No sé cómo será la mencionada ginecóloga como médica de mujeres -como me decía mi abuela cuando yo de pequeño le preguntaba dónde estaba mi madre-, pero como psicóloga y ciudadana es de lo más nefasta. Los belgas, aunque más serios -ya han visto ustedes lo singracias que son sus majestades belgas-, como casi todo el mundo, no estarán muy sobrados de eso; o no, que yo no estoy muy al tanto de lo que hacen los belgas en sus belgas alcobas; pero me lo imagino por lo que veo a mi alrededor y que eso de la globalización lo unifica todo y a todos; si ahora, semejante lumbrera les propone mucha más abstinencia, los pobres van aviados. Lo que tiene que hacer la ginecóloga de marras -que a lo mejor ella practica poco- es, si quiere seguir dando consejos, dar el consejo contrario. A ella le irá mejor profesionalmente y, sobre todo, a sus señorías belgas les abrirá los horizontes, porque esa abstinencia no es buena para la salud y te deja cortito de ideas.
Tengo un amigo que está escribiendo un libro sobre la influencia de la mujer en el universo artístico y una de sus premisas más claras es que tal influencia existe claramente y, además, su idea es que, si no actúan como artistas y ejercen su trabajo, en su casa, de lo otro, ni palabra. Algo que yo, también, afirmo porque conozco a varios, de aquí y de allí, jóvenes y maduros, abstractos y figurativos, desconocidos y relevantes, grandes y pequeños que si no trabajan adecuadamente, no… hay tu tía. Por eso, nuestra ilustre médica de mujeres belga, estaría mejor calladita. Los belgas, su política, su historia y su profesión, lo agradecerán.
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