Tierra de nadie

alberto Núñez Seoane

En tiempo de veda

Acabó, por esta temporada, la caza. Llegaron tiempos de cuaresma para los que la sentimos como pasión, la llevamos por bandera y la disfrutamos como afición. Guardaremos escopetas y rifles, arcos y reclamos, cuidaremos de rehalas y galgos, de halcones y sabuesos, con esmero, cariño y ansia, hasta el año próximo...

Nada más hermoso que la ilusión guardada, nada más bello que el sentir retenido, en espera de su alborada, nada más pleno que la satisfacción lograda.

"Hartos ya de estar hartos" -me susurra el poeta- , hartos de mil injusticias sin causa, de vanas e incontables sinrazones que nunca debieron ser, pero fueron, de incontables atropellos sin número ni motivo ni sensata razón alguna, hartos de críticas interesadas, de medias verdades, de estadísticas mentirosas, de alegaciones inventadas... hartos, en fin, de tanta humana miseria, de tanta hipocresía mezquina, de tanta inabarcable mediocridad; la caza, y sus hijos con ella, nos retiramos a velar armas y espíritu, hasta que la berrea de las sierras, allá por septiembre, nos llame a despertar. Sonarán entonces, al poco, las ansiadas caracolas, allá por octubre, de nuevo, y despertarán, otra vez, las serranías de su letargo, y volará, siempre difícil, la perdiz, y roncará el gamo y, una luna después, entrará el macho en celo -de Gredos a Ronda y de Sierra Nevada a Beceite-.

Lástima, más que rabia, me inspira la cerrazón de los excluyentes. Pena, más que enojo, me sugiere la estupidez de los ignorantes. Rabia, más que odio, me hace sentir la insensatez de los responsables, y desesperanza la inoperancia y congojo el desperdicio y tristeza la arenga hueca, envenenada y estéril, de quien predica lo que escucha. Sin indagar, sin estudiar, sin saber... Sólo la reiteración, que humilla a quien la ejerce, del vocero amansado por el pesebre del amo.

¡Cuánto tiempo malogrado, cuánta oportunidad perdida, cuánta insensatez elevada a los altares de las más imbéciles procacidades!

Haremos, los cazadores, que los bosques sigan poblados de vida, cuidaremos que la paloma siga criando, el venao desmogando y la cabra montesa peleando. Velaremos por el almendro, para que siga floreciendo en el invierno tardío, por el azahar , para que su aroma de ferviente enamorado nos arrastre , en la primavera temprana, por la resina del pino , para que acompañe el vuelo, siseante y fugaz, de la tórtola en agosto. Y del romero en los campos, de las jaras en los cortaderos, del tomillo en las laderas... también cuidaremos , para que nos canten la vida que amamos, esa que nadie nos va a quitar, la que nos hace ser y sentirnos vivos, humanos y vivos.

El respeto, que otros muchos ni muestran ni tienen, lo llevamos, los cazadores, impreso en el mismo sentimiento que nos hace acariciar la naturaleza que vivimos. No entienden -palurdos, tecnócratas, fascistas ni catetos- lo genéticamente distantes que estamos de todos los que pretenden, improvisan o ejecutan, algún daño al medio natural que nos permite la vida, al que la debemos y del que dependemos.

No es, ni será nunca , un cazador, quien masacre aquello que ama. Ni seremos, tampoco, aquellos a quienes podáis someter con falacias pueriles y absurdas. No lo conseguiréis, jamás.

Si en lugar de perder vuestro tiempo en el vano intento de tratar de prohibirnos, anularnos y exterminarnos; lo emplearais en leer, instruiros-aunque mínimamente fuese-, en comprender, escuchar, y compartir; entenderíais que no somos nosotros, los cazadores, vuestros enemigos, no, no lo somos, aunque os empeñéis en que lo seamos. Callan las caracolas, por un tiempo, volveremos- como las oscuras golondrinas de los balcones, que cantó Bécquer- nuestras armas del hombro a colgar. Seguiremos, como hemos hecho siempre, envolviéndonos en el verde , que respetamos y cuidamos, a él, y a todos los seres que lo habitan, a todo lo largo y ancho de este hermoso, salvaje y bello, planeta azul- azul, no verde- ,ahora, que es tiempo de veda, y siempre, cuando las caracolas vuelvan a sonar.

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