Cambio de sentido
Carmen Camacho
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NO, claro, no soy Clint Eastwood –lo digo por la memorable escena de ‘Harry el sucio’ en la que, mientras encañonaba con su magnum 44 a un delincuente, le escuchábamos aquello de: “¡Anda… alégrame el día…!”–, ni tampoco venía de Hollywood de rodar unas tomas. La cosa fue mucho más casera, aunque no por ello menos importante y emotiva, al menos para mí.
Había estado atendiendo asuntos de trabajo, regresaba a casa. El tráfico, como a menudo, excesivo y ruidoso. Al mando de esos artilugios –con un volante sobre el que no mandamos y ruedas que avanzan, Dios sabe si adelante o atrás, como si tuvieran cuatro lados y otros tantos ángulos rectos, o sea: como si fuesen cuadradas– que nos llevan a todos lados, menos a los que querríamos, en realidad, llegar; se colocan seres, enmascarados como humanos, con caras agrietadas por agobios innecesarios, gestos marcados por arrugas indolentes, superfluas tensiones en comisuras de ojos que debieran reír y en labios que debiesen sonreír, con miradas huérfanas de vista y vista en busca de ojos que la quieran… Personas extraviadas en un mundo hecho por personas… para cualquiera que no sea una persona. Mal humor, descalificaciones, insultos… cualquier nadería enciende un enfrentamiento desproporcionado. La agresividad se enseñorea del asfalto en la que fue concebida. En él, cual útero artificial de una naturaleza falseada, se cría y reproduce a pleno gusto y rendimiento. Nosotros, por el contrario, no somos hijos de ese conglomerado, pestilente y gris, que realza lo insano y aleja la Madre Tierra de las raíces que nos hacen ser quienes debiéramos. A nosotros nos parió ella, la Naturaleza venida en mujer. Al abrigo de una matriz, acogedora y templada, fueron tomando forma las intimidades de esa maravilla que resultó en nuestro cuerpo, coronado, –cuándo así se da la circunstancia– por la joya de la República de la Humanidad: la mente, esa que nos hace conscientes y, si no la echamos a perder, también inteligentes.
Conducía, entretenido en mis pensares, intentando aislarme de las procacidades que empeñan a tanto lenguaraz impenitente y maleducado en su intento por apropiarse de las hijuelas que nos facilitan llegar a los sitios en los que creemos necesitar estar, que no –repito– a los lugares que deseamos habitar. Noté algo, digamos, ‘raro’. Esa sensación, conocida por habitual, pero difícil de definir, que percibimos cuándo sentimos que hay algo que no está dónde esperábamos que estuviese –sin saber, de momento, de qué, exactamente, se trata–, o que hay algo, que está dónde antes no había –sin saber, por el momento, de qué, con exactitud, se trata–.
Pasé por una rotonda y luego por otra … A lo lejos, antes de llegar a la siguiente, noté que ‘algo’ cambiaba la perspectiva acostumbrada –conduzco con mucha frecuencia por esta vía–. La necesaria atención al manejo del vehículo no me permitía concentrarme en lo que quiera que fuese ‘aquello’ que cambiaba, que no alteraba, el decorado cotidiano propio de aquellos lares, pero cuándo enfilé la calle, ahora en línea recta, entre rotonda y rotonda, libre de momento, de otros coches que me atosigasen, la vi.
Entiendo que usted, como máxima responsable municipal, lo ha sido de colocar una descomunal bandera de España –casi tanto como la que engalana la madrileña plaza de Colón– en la rotonda, de la avenida de circunvalación, previa a la del ‘Tío Pepe’; si así es, como ciudadano y jerezano, le doy mi más sincera y agradecida enhorabuena.
Mucho mejor, pero mucho, nos iría a todos: izquierdas y derechas, negros y blancos y amarillos y cobrizos, azules y rojos, cristianos y judíos y musulmanes y budistas, gallegos y vascos, andaluces y canarios, aragoneses y murcianos y madrileños, manchegos y asturianos y navarros, catalanes y cántabros y castellanos y leoneses, extremeños y riojanos y valencianos y de Ceuta, y de Melilla y de las islas Baleares… todos con cada uno y uno para con todos. Cada uno de su madre y su de su padre, sí, y también –no ‘pero’, sino ‘también’– la Madre de todos para cada uno, para todos: ¡España!
No, ser patriota no es una ñoñería, tampoco una cursilada, mucho menos nada que tenga que ver con el fascismo, y, en absoluto, algo que pueda estar, o no, de moda. Respetar, cuidar y amar la tierra en la que eres, en la que fueron de los que vienes, por la que muchos se sacrificaron hasta lo indecible y otros murieron, es de biennacidos. Nada tiene que ver con ideologías, credos, razas o condición social, trasciende todas estas circunstancias.
La bandera nacional, cómo el himno o la Historia que nos identifica, son símbolos de unión, por encima de pareceres, discordias, sentimientos o disputas. Si no se siente así, al menos se respeta, con educación y consideración, a quien si lo hace.
Señora alcaldesa, definitivamente, ¡me alegró usted el día! Se lo agradezco, con absoluta sinceridad. Espero que nuestra bandera se quede en esa, ahora, preciosa rotonda, por mucho tiempo, y no se trate de algo temporal. Procuraré pasar por allí en muchas más ocasiones de las que lo venía haciendo.
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