¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Objetivo Opus Dei
Tierra de nadie
No hay regla única, ni norma infalible. Dependerán, las consecuencias de la vileza, por encima de otros de menor relevancia, de cuatro factores: uno, la fortaleza de carácter de la persona traicionada; dos, la circunstancia personal en la que esta se encuentre al ser consciente de la felonía; tres, la duración e intensidad de la relación entre los dos protagonistas; y cuatro, la trascendencia que para el sufridor pueda tener la traición cometida. En cualquiera de los casos, incluso en el menos doloroso de ellos, las secuelas para la víctima a causa de la infamia sufrida, irán desde la honda tristeza por la impensable decepción, hasta el dolor inconsolable de la profunda depresión. No hay perdón para el traidor.
El 'Tercer Círculo' es el de las compañías. Si las grandes amistades se suelen forjar durante la adolescencia y la juventud, son propias de la madurez las relaciones sociales entre compañeros de vecindad o trabajo, otras amistades de antiguos amigos, parientes de la familia que hemos contribuido a formar, o socios en empresas o negocios varios. Como ven, todo un variopinto paisanaje oculto en una jungla disfrazada de paisaje. Aquí, la lealtad es la excepción que confirma, a pies juntillas, la regla incontestable de las decepciones; la fidelidad brilla por su ausencia, extraviada en la maleza espinosa de los que nos mienten, defraudan o engañan. Las bajezas no faltan en el menú del día, los mediocres invaden la excelencia, los mezquinos se adueñan de lo noble, y los miserables excluyen a los que de la lealtad y la humildad hacen su credo.
Lo menos malo de este 'Tercer Círculo' es que los aconteceres que en el sufrimos, llegan en un escenario de nuestra vida en el que la experiencia, si de ella hemos sabido aprender, nos ha aportado la dosis imprescindible de sensatez, prudencia y sentido común, como para instalarnos alejados, lo suficiente, de lo estúpido, lo que no es moco de pavo.
Compañeros de trabajo, vecinos o merodeadores que surgen cualquier día tras cualquier rincón de cualquier esquina, no suelen llegar más allá de, en el mejor de los supuestos, de un trato educado y, a ser posible, incluso afable; una relación correcta, mantenida en el tiempo, en el que debemos procurar no molestar y exigir ser molestados lo menos posible. No se engañen, ¡poco más!
Las 'amistades', que a través de amigos puedan venir, tienen muy escasas posibilidades de fraguarse en una relación consistente y duradera. En esas latitudes de nuestras vidas, la sensatez nos anima a exigir un mínimo de lealtad y coherencia -cualidades, ambas, escasas hasta lo deprimente y limitadas hasta el desespero- a cualquiera de las almas que pretenden entrar en un círculo tan próximo a nosotros como cercanos son los sentimientos que nos importan. Ellas -esas futuribles amistades- tendrán asentados sus hábitos, carencias y debilidades; estarán hechas a modos distantes de los que a nosotros nos son propios; esperarán alcanzar lo que llevan tiempo aguardando lograr… al igual que nosotros. El obstáculo para aproximar ambas alejadas existencias en una proximidad cercana, es que ellas -las nuevas amistades posibles- y nosotros, estamos forjados, ya, en muy diferentes fraguas, que aunque nada de malo tenga, son asuntos complejos de conjuntar.
De la compaña que en el trabajo encontrar podamos, nada, más que las huecas actitudes que nacer pudiesen de esas condicionadas, y a veces forzadas, relaciones, es razonable esperar: poca cosa, menos que nada … pero, si sólo en ese cimiento sustentan su base, exiguo, si no nulo, será el fruto al que podamos aspirar.
De parientes que de la nueva familia lleguen… ¿qué aventurar? Es una lotería en la que no hemos pedido jugar. Todo es posible, pero sabemos también que lo bueno se hace buscar y lo valioso es costoso encontrar. Es posible que la fortuna nos sea, en estas cuitas, propicia, pero lo probable es que sea el Hado, funesto, el que nos traiga la desdicha.
De aquellos que a nosotros se acerquen, o bien a los que, inocentes, unamos nuestra esperanza en mejorar haciendas y alcanzar progreso y bienestar para los nuestros y para nosotros también, decir que, si en el párrafo anterior de lotería, como dependiendo del azar, escribíamos, ahora debiéramos a la ruleta rusa referirnos, tan ridículas, por nimias, serán las posibilidades que de acertar tengamos cuando de socios o supuestos aliados en empresas o negocios hablemos.
A veces será por la codicia sin freno, otras por la vanidad desbocada; en ocasiones por una ambición desmedida, otras por la jactancia nunca colmada; bien por la ponzoñosa soberbia, o por la envidia malsana; lo cierto es que no hay empresa que suficientes años dure ni proyecto que a largo futuro perdure si unos pocos son los socios que en ella se unen. Salvo la sempiterna excepción, que la regla confirma, el entendimiento entre pocos, cuando de dineros tratamos, es mucho más improbable que cuando de muchos se trata, y lo que por paradoja pudiera tenerse, véase que no lo es, pues si el número de interesados es cuantioso, se imponen reglas en favor de las mayorías que todos, también las minorías, han de cumplir; sin embargo, cuando son dos, o pocos más, los que sientan sus bolsillos en la mesa sobre la que se reparte el pecunio, los egos y las presunciones hacen de los matices precipicios, de las diferencias abismos y condenan el buen fin de la empresa al estropicio.
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