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Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

En busca de las personas que fuimos

NO podremos encontrarlas nunca, lo sé; pero tal vez fuese posible recuperar algunas de las más relevantes cualidades humanísticas que las adornaban, porque… ¿somos humanos, no?, por lo tanto, de continuar siendo lo más humanos posible se trata, es, claro, mi opinión.

Fueron personas como nosotros las que hace algo más de mucho tiempo buscaron, y poco a poco, hallaron, la manera de suplir las importantes, y muchas veces decisivas, carencias que suponía enfrentarse en soledad a la naturaleza para tener opciones válidas y suficientes de poder sobrevivir, crecer y multiplicarse.

Los hombres se unieron, se agruparon en comunidades cada vez más consistentes, mejor estructuradas y de mayor tamaño: había nacido el “Estado”. El agricultor cultivaba para que los demás comiesen, el albañil construía para que el resto tuviese techo bajo el que encontrar cobijo, el carpintero fabricaba mesas sobre las que comer y camas en las que dormir, el herrero utensilios, el soldado miraba por la seguridad de la comunidad, el político gobernaba y el filósofo pensaba. Las funciones estaban repartidas, la organización de los quehaceres permitía el desarrollo de la comunidad, aseguraba un mayor bienestar para los ciudadanos y brindaba la posibilidad cierta de progreso. Un proyecto hecho realidad sin el que el Hombre no hubiese alcanzado las cimas en las que se ha asentado; puede que también algunos infiernos hayan sobrevenido, sí, sin duda lo han hecho.

Con el pasar del tiempo y el condicionar propio de la condición humana, que todo lo condiciona, nuestro mundo cambió, de modo pausado en ocasiones, a ritmo de vértigo a veces, y también con tiempos de funesto estancamiento y sangriento retroceso. Hoy el individuo es siervo del Estado, éste ya no tiene por misión primera el bienestar de aquel, sino el enriquecimiento de los que hasta él llegan, en él se acomodan y a él se aferran.

Todo se hizo en función del progreso. Pero el progreso, como escribió D. Miguel de Unamuno, puede tornarse en lo que no es, en propiedad, tal. Ha de ser el Hombre su dueño, del progreso, que no su esclavo: no todo vale, porque la condición irreemplazable para que el progreso lo sea, es que ha de servir al mejor y más amable acomodo, cierto y tangible, del ser humano en la vida que le ha sido dada, en caso de que así no ocurra, se tratará de lo que quiera que se trate, pero nunca de lo que debiera tratarse.

Somos seres sociales, sí, pero seguimos siendo seres, es decir: individuos. Nunca la masa debiera absorber la excelente exclusividad que hace del hombre lo que es: persona. Si se destruye la frontera que permite la diferencia, se corrompe, antes o después, todo. Una cosa es la unión de esfuerzos, la suma de intenciones, la comunión de motivos y otra, bien lejana, por distinta, la despersonalización, diría que criminal, del individuo como ente pensante autónomo y, sobre todo, libre.

Se ha perdido la relación humana entre los humanos. Los más entre nosotros se corresponden sin comunicarse: se oye sin escuchar, se mira sin llegar a interesarse por “ver”, se habla para volver a hablar cuando el interlocutor haya terminado, esto en el mejor de los casos, cuando no se avasalla haciéndolo antes de que el que está en uso de la palabra haya concluido: no interesa lo que nos dicen, sólo queremos que interese lo que decimos; el diálogo, siempre didáctico y enriquecedor está en crítico peligro de extinción; los videojuegos acabarán con el ajedrez, la televisión con las tertulias, las redes sociales con el intercambio saludable de ideas, temores, proyectos e ilusiones… ¡Ojo!, en absoluto soy contrario a unos y otros, admirables avances de la ciencia, proyectos tecnológicos útiles y beneficiosos… si se utilizan, todo lo contrario si son ellos los que lo hacen con nosotros.

Escribía, también, D. Miguel de Unamuno, sobre la conveniencia de abandonar la ciudad y regresar al campo. Allí, podremos mejor pensar… relajar el espíritu, lejos de un vértigo para el que no somos nacidos; descansar la mente … escuchar al mundo del que venimos y en el que somos, y hablarnos y volver a conocernos, a nosotros y a intentarlo con los demás.

Las personas que fuimos, encarnadas en las que antes de nosotros fueron, terminaron por dominar un mundo en el que ahora existimos: progresaron; pero no seremos “persona”, como las que dieron comienzo y continuidad a tan increíble hazaña, si no somos capaces de recuperar al individuo que ellas fueron. Tampoco el progreso lo será si no es el individuo, y no el Estado, el que en verdad progresa.

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