Son vidas paralelas. Casi al mismo tiempo que el expresidente de Cataluña era detenido en Alemania, a miles de kilómetros -en el desierto de Mojave- otro individuo singular se estaba convirtiendo en noticia, pero esta vez por caer en paracaídas después de lanzarse al espacio en un cohete tan chapucero que no se partió la crisma de milagro. Y son paralelas las vidas de estos dos iluminados porque, aparte de ser bastante cabezotas, los motivos que cada cual ha escogido para correr sus aventuras son muy parecidos: el primero, convencer al mundo de que es el presidente legítimo de una Cataluña independiente; el segundo, demostrar que la Tierra es plana.

Y es que, al igual que en Cataluña hay defensores de la independencia a toda costa, en Estados Unidos está surgiendo con fuerza un movimiento de resistencia que se niega a creer que la Tierra sea como dicen las enciclopedias. Los terraplanistas (que así es como se hacen llamar estos campeones de la porfía) se enfrentan a la ciencia oficial con tanto empeño que no solo han puesto en jaque la esfericidad del planeta en que vivimos, sino que han dejado claro que, cuando hay ganas de dar guerra, la ley de la gravedad es tan discutible como la ley de vagos y maleantes.

¿O no hay bastantes puntos en común entre quienes viven para la causa nacionalista y los que defienden que la Tierra es plana? Bien mirado, se quejan de lo mismo: de ser unos incomprendidos, de sufrir persecución, de poseer la legitimidad que los demás pretenden arrebatarles y de un sinfín de confabulaciones más o menos esotéricas.

Ahora bien, ¿está en su derecho una persona de defender que la Tierra es plana? Por supuesto. Igual que está en su derecho de creer en el monstruo del lago Ness. El problema estaría en que a esa persona la nombraran rector de una universidad o ministro. Por eso, cuando el presidente del Parlament dijo sin pestañear que "ningún juez tiene legitimidad para perseguir al presidente de los catalanes", lo grave no es que un fulano piense que la Justicia debe arrodillarse ante la supremacía independentista, sino que ese fulano, en vez de ocupar el cargo público que él ocupa, no esté limpiando retretes.

Hay grupos organizados de ciudadanos que se resisten a creer que los médicos sean mejores que los curanderos. Hay asociaciones que reúnen a gente contraria a las vacunaciones. O a la teoría de la evolución. Y hasta las hay que garantizan que las abducciones extraterrestres son de lo más normal.

Casualmente en Cataluña ejerce su apostolado contra la medicina oficial un charlatán que no se corta a la hora de prometer curas milagrosas contra todo tipo de enfermedades, y que ni se molesta en ocultar su calvicie para vender un crecepelo infalible que él mismo ha inventado. Pero sus pacientes tienen una fe enorme en sus hierbajos, porque a ellos no los engañan con esa ciencia oficial, que es represora. Como represoras son las leyes: las del Estado y esas otras que, bajo el disfraz de científicas, lo que hacen es impedir el derecho de la Tierra a ser plana.

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