Observar desde las alturas nunca nos deja indiferentes. Si logramos dominar u obviar el vértigo, la experiencia causará sugestión. Como aquel Fermín de Pas en 'La Regenta', que desde la torre de la Catedral de Vetusta "paseaba lentamente sus miradas por la ciudad escudriñando sus rincones", así nos podemos sentir tras ascender por la escalera de caracol del campanario de la antigua Colegial. Ante nosotros las grandezas y miserias de un Jerez hecho y rehecho al ritmo de los altibajos de su historia. A través de cristales protectores, algo antiestéticos, lo primero que llama la atención es la privilegiada vista del primer templo jerezano: su característica e incomprendida amalgama de arbotantes, pináculos y esculturas, dominados por la gran cúpula; o la apreciable labor de José de Mendoza en la escena de la Transfiguración o en los arcángeles posados en el remate de la escenográfica fachada principal. Un recorrido de 360 grados nos llevará a descubrir cómo vuelven a emerger, tras un caserío abrumador, resultado de décadas de desprotección, las torres y espadañas de las principales iglesias. Y dirigiendo los ojos hasta el sur la rotunda simplicidad geométrica del ábside del Espíritu Santo nos golpea de repente, entre un paisaje bodeguero con claroscuros, que, a veces, se concentran en un solo edificio. Eso ocurre con la desubicada, aunque impresionante, Bodega Tío Pepe o el olvidado entramado urbano de calles absorbidas por González Byass en torno a la plaza de la Encarnación. Si el personaje creado por Clarín levantaba "con la imaginación los techos" de las casas, para algunas de las situadas en dicha plaza no hace falta ese esfuerzo mental... Con todo, la construcción de un hotel en una de ellas o la intervención sobre la vecina Casa del Abad invitan a ser optimistas. La apertura al público de la torre catedralicia, también.

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