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Rafael Padilla

La tragedia de los comunes

LA expresión que encabeza fue empleada por primera vez en 1968 por el biólogo Garret Hardin, en artículo publicado con igual título en la revista Science. Simplificando, su tesis consiste en afirmar que un recurso compartido queda irremediablemente arruinado a causa de su uso no adecuadamente controlado. A partir de una parábola de William Foster Lloyd, que Hardin populariza, se explica bien el efecto: un grupo de pastores utilizaba la misma zona de pastoreo. Uno de ellos pensó que podía meter una vaca más en los predios, pues su incidencia sería irrelevante. Los demás, cada cual por su cuenta y buscando sus particulares intereses, tuvieron idéntica "feliz" idea. La suma del deterioro causado por las reses añadidas, que individualmente era imperceptible, agotó el alimento y liquidó la capacidad de recuperación del suelo. El desenlace, claro, fue que tanto los animales como los pastores murieron de hambre.

Ese esquema de destrucción, de cita extraordinariamente frecuente en obras de disciplinas muy diversas y de solución controvertida (desde la privatización hasta el control exclusivamente público, pasando por leyes e impuestos que encarezcan y dificulten el egoísmo) aparece hoy de rabiosa actualidad en relación con el llamado "Estado benefactor". El sistema público de pensiones, por ejemplo, está gravemente amenazado -la Comisión Europea ya ha advertido sobre su inminente colapso- como consecuencia de dos factores que encajan en la historieta de Hardin: aumenta la esperanza de vida ("hay más vacas", una magnífica y, al tiempo, pésima noticia); y lo que cada uno aporta engrosa el común, hurtándole la capacidad y la responsabilidad de gestionar racionalmente su propio futuro. "La causa real del descalabro de los sistemas de pensiones públicos, señala Hana Fischer, es que los ahorros previsionales no son de propiedad privada". En el tótum revolútum de la masa de ingresos pacen cuantos determine, demasiadas veces por criterios ideológicos o meramente coyunturales, de oportunismo político y hasta electoral, el imprevisor y voluble poder de turno.

Algo parecido ocurre en el sistema de salud: la multitud de pequeños abusos agregados y la inconsciencia frente a la limitación lógica de medios están conformando una sanidad pública inviable, lenta, estúpidamente magnánima y cercana al desastre. Acabo de leer que, en aras de una teórica igualdad, el Gobierno proyecta ahora liquidar el sistema de atención sanitaria peculiar de los funcionarios (Muface principalmente, pero también Mugeju y el Isfas), algo que funciona razonablemente bien. Una genialidad que, además de enfadar a sus destinatarios y de quebrar a las aseguradoras, sobrecargará el sistema público con, al menos, tres millones de nuevos pacientes. Les da igual. En el prado, elucubran, caben más vacas. Hasta que todo se derrumbe y sobrevenga la, al parecer, irremediable "tragedia de los comunes".

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