EL distinto comportamiento que los gobiernos de los países musulmanes han mostrado frente a la oleada de revoluciones y protestas que los sacuden también los está definiendo. El régimen de Muammar el Gadafi ha demostrado estos días, y sobre todo ayer, lo que ha sido durante sus cuatro décadas: una dictadura personalista liderada por un estrafalario tirano que ha mantenido a Libia sometido a sus caprichos. Las manifestaciones han sido reprimidas a tiros. En Bengasi (la segunda ciudad del país), los muertos pueden llegar a los dos centenares, según la organización Human Right Watch. En Irán, que ya vivió unas importantes revueltas el año pasado, las protestas están siendo reprimidas del mismo modo. Pero si hay algún país que debe preocupar de un modo importante a España es Marruecos. En principio, la jornada de protesta de ayer tuvo un comportamiento desigual: algunas concentraciones en las principales ciudades del país, y disturbios en otras. No parece, en principio, los casos de Túnez, Egipto e, incluso, Argelia, donde sólo un aplastante control policial de su capital ha impedido que aflore la revuelta. A excepción de un importante movimiento islamista, en Marruecos hay legalizados partidos de todo el arco político, si bien es cierto que el control de su rey nos indica que sus ciudadanos viven en una suerte de democracia aparente donde el control político y económico del país sigue siendo ejercido desde palacio. En las concentraciones de ayer se oyó una reclamación común: una limitación de los poderes del rey para convertir a su monarquía en un régimen constitucional y democrático. El ejemplo, más allá de las diferencias históricas, está a su lado. Mohamed VI llegó al trono con la promesa de cambios en el país, y algunos se produjeron. Por ejemplo, hubo un reconocimiento público de la feroz represión que ejerció Hassan II durante su reinado, pero, ahora que el viento de la libertad recorre el norte de África, es el momento de dar paso a una constitución democrática, donde haya un rey que reine y deje el gobierno del país al designio libre de las urnas.

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