El trasvase abolido
Su propio afán
El trasvase estaba pagado por la Unión Europea, con sus estudios de impacto ecológico perfectamente medidos
Soy provida de toda la vida, como saben ustedes que me leen periódicamente un artículo antiabortista, entre la impotencia y la pena. Sin embargo, la gota que colmó el vaso de mi desaliento con el régimen del 78 en general y con el PP en particular no fue lo más grave. Ni el aborto ni otras leyes morales. De la última gota, uno no es del todo responsable. Mi desaliento empezó (y lo escribí en este periódico) cuando el PSOE, a instancias de los nacionalismos, acabó de un plumazo con el trasvase del Ebro.
El trasvase estaba pagado por la Unión Europea, con sus estudios de impacto ecológico perfectamente medidos y con parte de las obras ya empezadas. A cambio, Zapatero prometió unas desaladoras que o no llegaron o no sirven. Aquello rompía un gran proyecto de unidad nacional, y no había otro. Los canales del trasvase hubiesen cruzado transversalmente, como tachándolas, las tontas fronteras autonómicas, creando una solidaridad entre los pueblos de España que necesitamos como el comer, o sea, como el beber.
Cuando Mariano Rajoy consiguió la mayoría absoluta no retomó aquel proyecto. Dejó que también el trasvase se perdiese. Probablemente ya se habían perdido, por culpa de Zapatero, los fondos europeos que nos iban a dar gratis, la gran obra de ingeniería y de rearme moral del siglo XXI; pero Rajoy, que dicen que es listo, tenía que haber entendido que no todo era la subvención y que en ese proyecto, además del agua, nos iba el alma. Hubiese significado un gran logro real histórico de nuestra democracia.
Y se perdió como lágrimas en la lluvia que no hay. O sea, como lágrimas en el secarral de una tierra árida, que se lo traga todo. Y eso nos ha traído hasta aquí. Hasta una sequía que hace mucho más seca la falta de cohesión y solidaridad entre españoles. De haber retomado el proyecto, Rajoy habría mandado el mensaje preventivo de que la unidad nacional no se toca. Nos habría ahorrado muchísimos disgustos con un gesto, además, positivo. Nada de prohibiciones, sino construcción.
Más grave lo hacía aún que lo fuese menos. Quiero decir con esta paradoja que cualquier otro tema moral más grave de los que me importan tiene la dificultad de las creencias. Pero el trasvase era un tema esencial, de supervivencia económica de la España sedienta y de una mínima generosidad de una España húmeda que no perdía ni recursos ecológicos ni económicos. Ni lo mínimo fue posible y estamos así.
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