Qué tropa

Ambas candidaturas del PP pensaban que iban a ganar porque hubo compromisarios que dieron bastante coba

Mi garganta profunda del PP hace recuento de quienes han quedado descolocados por apoyar a Soraya. Coincide conmigo en que Pablo Casado no da el perfil de ganador vengativo, pero existe -insiste- una ley de la gravedad por la que los líderes acaban siempre gravando los agravios de los suyos. "¿Entonces", replico, "tantas llamadas a la unidad y la integración, qué?" Me mira con la mezcla de lástima y ternura que despierta la ingenuidad.

Tampoco estuvieron muy atados a su palabra los compromisarios. Eso explica que la incertidumbre por el resultado durase hasta el final y que ambas listas estuviesen convencidas de arrasar. Por la existencia legítima de compromisarios indecisos, bien; por la existencia táctica de tácitos compromisarios, vale; pero, sobre todo, por la duda de la sinceridad de los que habían asegurado que votarían a ésta o a aquél o a ambos y que luego, compromisarios descomprometidos, aprovechando el voto secreto, hicieron lo que les dio la gana. Muy mal.

De esto sabía don Álvaro de Figueroa, conde de Romanones. Para entrar en la Real Academia, fue visitando, él, todo un primer ministro, a los académicos para conseguir su voto. Se fueron comprometiendo uno a uno con vivo entusiasmo. Cuando llegó el día de la votación secreta, ninguno votó por Romanones. Habían calculado que los demás votasen a Romanones y apuntarse el tanto, pero, al no hacerlo ni uno, quedaron en evidencia todos. El conde cinceló unas palabras inmortales: "¡Qué tropa!"

¿Por qué me parece tan mal lo de los compromisarios o las invocaciones falsas (si lo fuesen) a la integración? Uno es dueño de sus indecisiones y señor de sus silencios, pero si promete en un sentido y cambia de sentido, demuestra poca integridad. ¿No es grave que la promesa trampantojo se haya instalado en la política con tanta naturalidad? ¿Cómo afectará esa inercia o hábito conductual a los compromisos y decálogos de Casado?

Ahora pasamos a otra fase, y casi todos los compromisarios asegurarán haber votado a la candidatura ganadora. Habría que contrastar votos prometidos con votos reales y con votos declarados a la salida. Ocurre lo mismo en todos los partidos, aunque ahora estamos en la reseca del congreso del PP. En esta esquinita del periódico, al menos, conviene reflexionar sobre la facilidad con la que la mentira y las falsas promesas se han incrustado en las rutinas y los intersticios de nuestra vida pública.

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