Después del trumpazo, la tormenta, escribir sobre ella, me propuse. Pero no se trata de una estrategia de columnista viejo para rebajar la tensión, aunque es cierto que lo hago a menudo. Procuro que los temas se barajen y alternar la política más polémica con la intimidad más lírica, pasando por el artículo de costumbres y el comentario más o menos cultural. Nos ocurre a todos que, a la vez que nos preocupa la política de Estados Unidos, miramos la lluvia, enternecidos y admirados, por la ventana.

Justo entonces, leyendo el Diario disperso de Marià Manent, encuentro el mismo contraste, y más intenso si cabe. Leo una entrada suya de 1919 exultando de catalanismo cultural y recogiendo frases que ahora deberían avergonzar a los catalanistas y sus socios del PSOE que niegan el derecho a la escolarización en castellano. "La mutilación más triste que puede sufrir un hombre es la renuncia a su idioma natural", le anota textualmente y le aplaude a Josep Carner con arrobo. Seguidamente, compara Cataluña con la Grecia de Sócrates, con el Israel de los profetas y con la Inglaterra de Shakespeare, y vámonos que nos vamos. Yo no doy crédito.

Pero en la entrada siguiente describe una sandía en un mediodía de verano: "pequeña luna asequible […] roja y húmeda […] luna menguante. Y menguaba de prisa entre los dientes de los amigos, de la pequeña amiga, que llevaba hoy un vestido de color de fresa, y tenía los labios mojados y la cara encendida. […] En un momento en que Anna se acercaba el segmento de la sandía a la boca, alguien lo ha cogido por la verde cáscara y lo ha movido, rápido, por el rostro risueño. Parecía una flor empapada de lluvia".

Esa delicia me habría perdido de haber cerrado el libro en la proclama catalanista. Y al revés: esa flor empapada de lluvia me conmueve y comprendo que lo de la Atenas del Mediterráneo no es tanta tontería si uno puede marcarse una anacreóntica así de bonita. No es truco, es que el alma humana tiene también muchas estancias y quizá lo mejor que podemos hacer para comprendernos sea mostrarlas todas y que las que compartimos compensen a las que no, y nos ayuden como poco a relativizarlas, sin que nadie tenga que esconder sus ideas o dejar de defenderlas.

Me quedé sin espacio para hablar de la lluvia, pero no importa, porque tras mi ventana sentí lo mismo -agradecimiento, asombro- que usted tras la suya, piense lo que piense usted de Trump.

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