Leo agrias protestas contra los que vemos y hablamos de Juego de tronos. Me desconciertan. ¡Con lo fácil que es no ver la serie! De hecho, lo difícil es verla: por el madrugón optativo y por las plataformas de pago obligatorias. Otra cosa, como dicen el perspicaz Carlos Esteban y el incisivo sir Roger Scruton, es la arquitectura, que te la tienes que tragar quieras o no; pero no una serie.
Les fastidia, por tanto, que nosotros hablemos de la serie, y eso demuestra un tic o dos tics actuales muy generalizados e inquietantes. El primero es la unanimidad que quiere imponerse a todos en todo. A pesar de tanto relativismo de salón, cada vez hay menos tolerancia para el distinto o, en su caso, menos seguridad en uno mismo si uno actúa distinto. Parece que nadie se queda tranquilo si no es pensando lo que todo el mundo o cuando todo el mundo piensa como él. Son las dos opciones posibles, dos caras de la misma moneda. La diversidad de los gustos queda para las proclamaciones en la barra del bar, pero en la práctica, parece que parecen fatal.
El otro tic está directamente conectado. La necesidad pueril de ser el centro de la tertulia en todo momento. Si el tema de conversación es algo que no me interesa o desconozco o no domino, me irrito y protesto. Tras eso hay un egocentrismo evidente. He visto con estos ojos miopes y présbicos a personas supuestamente maduras quejándose de que en un ensayo literario se mentaban autores que ellos no habían leído. ¡Como si la misión de un ensayo no sea, entre otras, hacernos descubrimientos y espolearnos la curiosidad!
Juego de tronos no tiene, por supuesto, importancia, pero la tiene este bajísimo umbral de tolerancia hacia los gustos ajenos. Tendríamos que entrenarnos para comprender que con la mayoría de los amigos compartimos una parte pequeña de opiniones y aficiones y que no cabe exigirnos el acuerdo monolítico. Incluso que se puede admirar por compartimentos estancos.
También es maravilloso poder desconectar de buena parte de las conversaciones de nuestros prójimos y meternos en nuestro mundo. Cuando los demás hablen de cuestiones que no nos interesen, es el momento del ensimismamiento, el recuerdo, la fantasía y la introspección. Yo le debo muchas horas felices al fútbol, que me aburre, pero que me ha hecho la cobertura, entreteniendo a mis contertulios. Mañana, por cierto, hablaré de Juego de tronos. Quien avisa, no es traidor.
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