Karl Marx dijo verdades como puños que ya son reconocidas incluso por la gente de orden: el tiempo ha suavizado la dialéctica entre el amor y el odio que en otro tiempo era preceptiva para hablar de su filosofía y su sociología. El leonado judío alemán afirmaba que la infraestructura -basis- determina la estructura social, las fuerzas productivas y las relaciones de producción, mientras que la superestructura -überbau- depende de la anterior y está formada por manifestaciones religiosas, culturales, artísticas o políticas. Mientras la primera es terca y en esencia estable, la segunda es cambiante, y está en función del momento histórico. Uno, a la vista de lo que prepondera en la actualidad y sus debates y noticias, no puede estar más de acuerdo con que la política es un elemento superestructural o, si me permiten, bastante cosmético y, cuidado, prescindible si nos atenemos a su incidencia en las cosas importantes que afectan a la vida de las personas.

La lista de síntomas de la trivialización y superficialidad de nuestro juego político es sólo de la semana pasada, y ni mucho menos es exhaustiva. Un ex juez, Serrano, todavía líder andaluz de Vox, dice cosas enfermizas y babeantes sobre el sexo "heterosexual", que podrían inspirar pasajes de un guión de una película de Bigas Lunas o David Lynch pasados por un pasapuré encostrado de caspa (ya ven, todo se pega). Un comunista de rancio abolengo familiar, Pablo Iglesias, que, incapaz de "tomar el cielo por asalto", busca salvar su cuello en su partido con -"por caridad, Pedro, dame una oportunidad"- una cartera ministerial: le falta encadenarse a la puerta de un ministerio comoEl Platanito a la de las plazas de toros. En fin, un embajador volante del redentorismo catalán que pide perdón a México por los crímenes colonialistas españoles: Moctezuma y Wifredo el Velloso, una cara, una raza. Lisérgico.

Mientras, casi demostrando que es tan hemiciclo como teatro, o sea, volátil superestructura, el Congreso lleva dos meses paralizado tras las elecciones; las enésimas y agolpadas en el calendario. En realidad, son muchos más, y recuerden los Presupuestos abortados de Sánchez, otro rigodón bailado con máscaras y secretitos en la oreja. Y mucho tuit opiáceo para el pueblo. Un votante puede rumiar una grave sospecha: ustedes son maquillaje; la corriente histórica la mueve la infraestructura, la de la gente y las organizaciones que hacen cosas, va por su propio pie. De hecho, si ustedes no trabajan -hablamos ahora del Gobierno central- más que en repartos cortesanos, ¿para qué les votamos?

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