LEO algunos comentarios sobre los disturbios en barrios de inmigrantes de Londres y de otras ciudades de Inglaterra, y me encuentro con los acostumbrados sermones sobre la injusticia social y los horrores del capitalismo y del racismo. Pero a continuación leo que muchos de los jóvenes participantes en los saqueos tienen su "blackberry" -algo que yo no tengo-, así que se convocan a quemar y a saquear tiendas a través del chat encriptado de esa marca de teléfono móvil. Todo esto es asombroso.

Inglaterra es uno de los países que ha sido más generoso con sus inmigrantes. Muchos de los jóvenes africanos y caribeños que participan en los saqueos han tenido unas oportunidades que nunca habrían podido tener en sus países de origen. El Estado les ha dado educación gratuita, subsidios sociales, ayudas contra el paro y muchas veces hasta les ha pagado un alquiler en una vivienda social; una vivienda modesta, desde luego, pero como mínimo habitable y a menudo digna. Por eso digo que convendría pensar un poco cuando hablamos de injusticias sociales y de los horrores del capitalismo. En materia de becas, subsidios y asistencia social a los inmigrantes, hay países que tienen una trayectoria mucho más envidiable que otros. Inglaterra es uno de ellos. Y España, desde luego, no lo es.

Nos hemos acostumbrado a culpar de todos los males a los fracasos sociales, en abstracto, sin darnos cuenta de que detrás de cada fracaso hay una circunstancia específica y un ser humano concreto. En esos mismos barrios de Londres donde arden las tiendas, hay estudiantes de bioquímica y aprendices de mecánico, y esos jóvenes no tienen ninguna necesidad de quemar tiendas ni de dar rienda suelta a su frustración y a su gamberrismo. Quienes participan en los disturbios son unos jóvenes a los que sus padres no han sabido educar y que han desaprovechado todas las oportunidades que se les han concedido, porque se han acostumbrado a vivir del cuento y de la venta de drogas, y ya sólo sueñan con ser David Beckham o con disfrutar de un botellón interminable en una discoteca ibicenca. La culpa no es sólo de estos jóvenes inmigrantes, desde luego, sino de una prensa y una televisión que cada día ponen como ejemplos a los mega-pijos que pierden su tiempo haciendo abdominales en el gimnasio para ir a comprarse un tanga de 600 euros, pero no podemos pasarnos la vida culpando de todos los problemas a una sociedad que en realidad se ha comportado de forma bastante decente. Ya va siendo hora de que veamos los fracasos sociales como una suma pavorosa de miles de fracasos individuales. Y ya es hora también de que pensemos que cada uno de nosotros, de una forma u otra, tiene una parte importante en la responsabilidad de dirigir su propia vida.

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