Cuchillo sin filo

Francisco Correal

El vacío lo llena todo

ES absurdo pensar que quien no tenga hijos carece de la sensibilidad necesaria para imaginar el martirio por el que están pasando los padres de Marta del Castillo. Lo difícil no es tener hijos, sino quererlos. Los hijos del amor son los más hermosos, dejó escrito Blasco Ibáñez. Hay quien nunca tuvo hijos y los quiere como nadie (esos tíos aventureros que tanto juego han dado en el cine y la literatura), hay quien los procreó y nunca los quiso. Si Santiago del Valle hubiera querido a su hija, probablemente los padres de Mari Luz estarían queriendo viva a su hija.

Cuando anoche besé a mis hijas al llegar del periódico cerré los ojos un momento y el beso iba para Marta. Es imposible imaginar lo que le esté pasando a esta chica que tiene la edad de mi hija Andrea. Mucho más sencillo es pensar cómo lo estarán pasando sus padres. Una tortura infinita. No se debe hacer literatura con estas cosas y si de ellas escribo es porque algo me impide escribir de cualquier otra. Un día y otro día y uno más. De noche, las casas son consulados diplomáticos de quienes las habitan.

Debe ser horrorosa esa capacidad del vacío para llenarlo todo. Porque todo en cada casa está impregnado de quienes en ella viven y conviven. Lo más doloroso tiene que ser comprobar la imposibilidad de reponer la rutina. Somos seres rutinarios, pura repetición de nuestros hechos por aprendizaje, inercia o imitación, pero en la ausencia ni quien mejor nos conoce podría emular ese gesto, esa voz, esa sonrisa, esa manera particular de enfadarse o celebrar algo. Alguien se ha llevado la rutina de esa casa de la calle Argantonio, nombre del rey tartésico con la reputación de ser el andaluz que tuvo una vida más longeva. Larga vida para Marta del Castillo, por Dios, donde quiera que se encuentre. Ya está en nuestros corazones, reina de la cartelería, como diosa del Carnaval o estrella del inminente estreno cinematográfico. Ojalá y la realidad fuera como una película con final feliz y el domingo le dieran el Goya a la mejor cinta de suspense.

Marta no está en su casa y está en todas las casas. Cada segundo pasa como un mazazo en los relojes de su hogar. El miedo, el frío, la lejanía, la incertidumbre. Y todos nos conjuramos para que unas señales en el aparato de radio proclamen las albricias de la aparición. No sé si nuestras oraciones van a algún sitio o acaban alojadas en el almacén de las oraciones perdidas. Yo sí creo en Dios y sé que Dios cree en Marta. Por un silogismo en bárbara, la existencia del mal es paradójicamente la única comprobación fehaciente, empírica de la existencia de Dios, porque no se concibe que nadie pueda hacer tanto daño y la humanidad tenga tragaderas para admitirlo como simple incorrección estadística.

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