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Que le vaya bonito

Lo que más le conviene a la Unión Europea después del brexit es que a Inglaterra le vaya bonito

Me resisto a hacer depender mi satisfacción de que le vaya mal a nadie. A las novias que en la rápida adolescencia más rápido me dejaban les deseaba lo mejor para siempre. Con Inglaterra no seré menos. Muchos análisis sobre el brexit parecen apostar por el desastre. Me malicio cierto complejo de inferioridad: que ve a los ingleses o con envidia por haber sido los más rápidos en abandonar el barco que se hunde o con la impotencia de pensar que sin ellos no vamos a poder pasarnos. Aunque sólo fuese por dignidad torera, lo mejor es desearles que las vaya bonito con esa elegante indiferencia que los modernos tratan de imitar a base de tolerancia.

Quizá este rechazo instintivo al mal fario me haya empujado a elaborar mi tesis, a saber, que a la Unión Europea, tal y como yo la sueño, le conviene muchísimo que el brexit vaya razonablemente bien.

Lo explico. Si el experimento del brexit deviene un fracaso, los vapuleados burócratas de la UE se recobrarán como si tal cosa ("O nosotros o el caos", proclamarán). La Unión será percibida entonces por los países miembros más como prisión irremediable que como una entidad ilusionante. Bruselas seguirá pudiendo abusar un tanto de los gobiernos nacionales y de la voluntad popular de cada país.

En cambio, si el brexit no supone menoscabo económico para los británicos, los demás países europeos podrán llevar sus demandas a Bruselas con más margen para la negociación. La UE, huy, tendrá que abrir los oídos y estará obligada a resultar muchísimo más atractiva. Habrá entonces cierta esperanza de que pueda construirse de abajo arriba, que es como se levantan las entidades sólidas. Los ingleses se habrán salido por las complejas razones psicológicas e históricas que están en la mente de todos y que son muy suyas, pero otros países con más honda vocación europeísta (nosotros, biznietos de Carlos V, nada menos, por ejemplo) podremos seguir disfrutando de un campo privilegiado de relación y de instituciones que llega hasta Visegrado.

Los antieuropeístas desean que a Inglaterra le salga fetén: sólo para rematar a la Unión. Los europeístas esperan el colapso inglés: para reivindicar su seriedad y reírse de los antieuropeístas. Tal vez deseen ambos lo contraproducente para sus intereses, consecuencia de haber hecho un análisis exclusivamente económico, sin sopesar los factores culturales, morales y sentimentales que también están en juego.

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