La ciudad y los días

carlos / colón

Contra la velocidad

BRUSELAS estudia que los coches dispongan de limitadores de velocidad que no les permita pasar de 115 km/h. Me parece una barbaridad. Yo pondría el límite en 80 km/h. Salvo para los servicios de urgencias como ambulancias, Bomberos o Policía. ¿Que si me he vuelto loco? No. Locura es fabricar y vender coches que pueden alcanzar el límite suicida y/o asesino de 220 km/h; correr cuando no hay prisa ni urgencia; la pasión por las máquinas poderosas y grandes que están llenando las carreteras y las ciudades de tanquetas gigantescas y elevadas que, supongo, dan una cierta sensación de poderío y distinción a quienes las conducen. Eso me parece locura.

La velocidad y la prisa fueron las locuras del siglo XX. Fabricar más y más de prisa aunque los obreros se conviertan en hombres-máquinas, como denunció Chaplin en la obra maestra de título significativo: Tiempos modernos. Consumir más y más de prisa, aunque sea al precio de convertir la vida en un ciclo ciego de producción-consumo. Viajar más (viendo y comprendiendo menos) y más de prisa (aunque el viaje sea de placer). Correr más en coches cada vez más potentes, aunque no se vaya a ningún sitio, no se acuda a ninguna urgencia y el número de víctimas de accidentes de tráfico haya sido definido por la Organización Mundial de la Salud como una pandemia que se cobra cada año 1.240.000 víctimas, que, de no tomarse medidas urgentes, en 15 años se convertirá en la quinta causa de muerte en el mundo. Sólo en España el año pasado murieron 1.301 personas en accidentes de tráfico. ¡Y es el mejor dato en décadas!

El siniestro colofón de esta pasión por la velocidad y la prisa que marcó el siglo XX tiene por símbolo los nombres de Auschwitz e Hiroshima: gracias al desarrollo tecno-científico nunca se mató a más seres humanos en menos tiempo. En Auschwitz se llegó a matar 2.500 personas en cada turno de las cámaras de gas, asesinándose sólo allí cuatro millones de seres humanos entre 1942 y 1945. En Hiroshima murieron 80.000 personas en un segundo. Dos grandes triunfos de la velocidad y de la eficacia. ¿Creen que exagero? Pues piensen por qué se llamó a los campos de exterminio fábricas de la muerte. ¿Y si nos paramos un momento a pensar? No se hará. Se seguirá corriendo para no ir a ningún sitio. La propuesta de Bruselas no prosperará. No conquistaremos la lentitud. Porque el mal de la velocidad está dentro de nosotros.

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