La importancia de un acontecimiento es inversamente proporcional al espacio que le dedican los periódicos. Como esta fórmula no es mía -sino del corrosivo Nicolás Gómez Dávila- me he querido asomar a la prensa para comprobar si realmente son tan bobas las noticias que ofrecen los diarios o si, por un casual, va a resultar que esas aparentes chuminadas que hoy nos hablan del veraneo de Cristiano Ronaldo y mañana sobre la vuelta a los ruedos de Jesulín de Ubrique (ahora que las jovencitas ya no tiran bragas en las plazas de toros) no son unas simples anécdotas para echar el rato, sino grandes acontecimientos que cambiarán el curso de la Historia.

Sinceramente no creo que los periódicos solo ofrezcan farfolla por entregas desde el mes de julio hasta que llega septiembre. Lo que pasa es que las mismas noticias que resultan capitales en otras épocas de menos despelote existencial, cuando se leen ahora, desde la perspectiva que ofrece una playa por la que no paran de desfilar monumentos en bronce, se asimilan con otro ánimo más festivo.

Si nos ceñimos a las sospechas que recaen sobre el rey Juan Carlos por montar chanchullos internacionales con la novia que se buscó para estos casos, se ve que la reacción del que lee la prensa en una tumbona al sol es completamente distinta a la que sufriría si esa misma noticia la estuviera leyendo un lunes de febrero, en la oficina y con los cuernos de punta.

Las correrías del señor que dirigía los cursos de formación en Andalucía (cuando era capaz de gastar en una sola noche miles de euros de dinero público en un solo puticlub) o las insufribles pataletas de los independentistas catalanes, que no van a dejar de lloriquear hasta que no se les endiñe otro buen pellizco para que sigan siendo los más ricos, son de ese tipo de noticias que harían blasfemar en arameo al que las escucha en un atasco camino al trabajo, pero que resbalan notablemente cuando se está a punto de embarcar en un crucero por el Mediterráneo.

Seamos conscientes. Ni al público que atesta las discotecas de Ibiza le inquietan las elecciones primarias en el Partido Popular ni a los que hacen cola para lanzarse por un tobogán en un parque acuático les terminan de quitar el sueño las declaraciones de Donald Trump animando a los británicos a pegar un corte de mangas a la Unión Europea. Y no les quitan el sueño esas cuestiones porque llega un momento del año en el que tanto da que el presidente de Estados Unidos se reúna con la reina de Inglaterra o que lo haga con Gunilla von Bismarck para bailar sevillanas. Es ese momento en el que da lo mismo si extraditan a Puigdemont por rebelión, por malversación o por fumar marihuana en una sinagoga; y en el que da igual ya si los restos de Franco se quedan en el valle de los Caídos, los devuelven a la familia o los tiran por una cuneta. Se llama verano.

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