Dicho así, más que el título para un artículo de actualidad, lo que parece es el título de alguna comedia de Miguel Mihura en la que la protagonista tuviera que viajar con su maleta de cartón, no sé, desde Madrid hasta Biarritz, o algo por el estilo. Pero qué va, las vacaciones de la señora Cifuentes no tienen nada que ver con el teatro. Son el objeto de una polémica desatada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, que mientras todo el mundo andaba ajetreado facturando equipajes, untándose cremas solares y buscando hoteles a cualquier precio, se desmarcó el otro día anunciando que ella el veraneo piensa pasarlo en su despacho de la Puerta del Sol.

A mí lo que haga una presidenta con su tiempo libre viene a importarme exactamente lo mismo que a ella debe de importarle lo que yo haga con el mío. Pero como hay polemistas que han reaccionado de manera acalorada ante su postura y, para afearle ese gesto de renunciar a sus ratos de ocio, han apelado a los derechos del trabajador que ella parece despreciar con esta especie de huelga a la japonesa, tendré que dar mi parecer.

Si la señora Cifuentes fuera maquinista de tren, o socorrista, tendría una opinión clara sobre lo que debería hacer en sus periodos de descanso. Pero como presidir comunidades autónomas es un trabajo cuyos quehaceres, sobre todo en agosto, siguen siendo un misterio para mí, no sé muy bien qué decir sobre el particular. Por ensayar una opinión, me planteo qué es lo que dirían quienes la critican si, en vez de anunciar que no se va a coger vacaciones, la presidenta hubiera dicho lo contrario (es decir, que no solo se va de veraneo, sino que encima lo va a disfrutar en alguna isla del Pacífico, sin renunciar a ningún lujo, y que no piensa volver a Madrid hasta que no inauguren el alumbrado navideño.)

En un país donde los políticos han cobrado dietas hasta por bajar al perro de paseo, y donde el despilfarro ha sido norma de la casa, estos gestos de austeridad son vistos hoy con cierta ironía, sobre todo si se considera que ya queda poco donde rascar. Pero si la señora Cifuentes prefiere quedarse en su despacho mientras las tropas se largan a la piscina, ¿quiénes somos los demás para impedirlo? Supongo que Su Excelentísima tendrá razones de sobra: a lo mejor el despacho lo tiene hecho una leonera y quiere hacer limpieza; a lo mejor se le ha estropeado el aire acondicionado en casa; a lo mejor, quién sabe, está harta de veranear en Gandía y de que se le llene el apartamento de cuñados.

Lo que no le podemos negar es su abnegación. Por ello habría que exigir, al menos, dos cosas para la señora Cifuentes: la primera, un análisis psiquiátrico que descartara trastornos graves de la personalidad. Y la segunda, un reconocimiento como el que le otorgaron a Alekséi Stajánov. Si a aquel minero incansable lo nombró el gobierno soviético Héroe del Trabajo Socialista por demostrar que la faena de catorce obreros la puede hacer uno solo, ¿qué monumento no merecería Cifuentes? Yo lo pondría junto al oso y el madroño.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios