Me encantaría que alguien con más conocimiento de causa hiciese un estudio del cambio climático contrastándolo con los refranes meteorológicos más metódicos. Todos los inviernos me asusto de ver llegar tan pronto a las cigüeñas hasta que recuerdo que "Por san Blas/ a la cigüeña verás" y que san Blas cae el 3 de febrero. El refrán que este año ha batido récords, como el nivel de los pantanos, ha sido el del 40 de mayo, que es un ripio maravilloso, muy bien traído y llevado (el sayo). Mi mujer y yo hemos hecho un concurso de ver quién lo escuchaba más a lo largo del día. El récord es suyo y fueron 13 veces, aunque luego me confesó que también contaba las veces que lo decía ella, que es muy friolera.

Lo más sincero que he oído (y por lo menos tres veces) es decir a la gente que ya tenían unas ganas irreprimibles de quejarse del calor. ¡Si todos tuviésemos esa sinceridad y reconociésemos que quejarnos nos encanta…! No nos engañaríamos a nosotros mismos, aunque tampoco nos quejaríamos menos. Mi abuela protestaba mucho del frío, sí, pero recalcando que ella, cuando llegaba el verano, jamás se quejaba del calor como esa gente tan volátil.

El caso es que va llegando el calor. Y lo hace con un respeto escrupuloso a las estaciones de toda la vida. El verano empieza en verano, aproximadamente.

Hay un poema de R. L. Stevenson que está en las antípodas del hedonismo de la queja. Canta que todas las estaciones tienen algo esplendoroso: las flores en primavera, las fogatas en otoño. No habla del invierno, porque todos sabemos que tiene la Navidad, nada menos, y el sol de invierno, que es lo mejor del mundo. Ni habla del verano porque ya dijo Machado que su brillo estriba en las estrellas de sus noches, orilla al mar salado: "Tus ojos me recuerdan/ las noches de verano". Lo que me recuerda (porque un recuerdo lleva a otro) una copla flamenca de Juan Peña: "No quiere irse a la cama/ la luna, y se pasea/ con unas braguitas blancas".

"Pero este hombre no tiene arreglo. ¿No nos habla de Màxim ni de Lopetegui ni de nada?", preguntarán ustedes. Reconozcan que este año estoy más que disculpado de escribir del verano. Nos hemos pasado el invierno esperando a Godot, esperando al calor. Recibámoslo con todos los honores. ¡Que suenen ya esos aplausos -plaf-plaf, plaf-plaf, plaf-plaf- de vuestras sandalias mínimas cuando andáis por el borde de la piscina o bajáis por la cuesta de la playa!

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