ARTUR Mas y Oriol Junqueras han dado esta semana un acelerón a su sueño independentista. Una vez descartada la pretensión del primero de acudir a las elecciones autonómicas de septiembre en una lista común -a su mayor gloria-, han acordado una nueva hoja de ruta hacia la secesión. Seguramente para revitalizar un movimiento que sólo crece en la tensión, el espasmo, la bronca y la ruptura.

Llaman unitaria a esta nueva hoja de ruta que es cualquier cosa menos unitaria. Sí, han conservado el apoyo de las organizaciones que ya funcionan como punta de lanza del soberanismo (ANC y Omniun Cultural), pero en el camino hacia la radicalización se han dejado avales políticos con los que contaban en los primeros pasos del proyecto. Ya no cuentan con la firma del partido de Duran i Lleida (¡con el que Mas gobierna la Generalitat!), ni con la Izquierda Unida catalana, ni, en parte, con los ultras de la CUP.

De modo que Artur Mas, en su alocado galope, no sólo hace caso omiso a los dictámenes del Tribunal Constitucional y a las querellas penales que se instruyen por su seudorreferéndum, ni al rechazo firme de los partidos mayoritarios de la sociedad española sin cuyo concurso es imposible pensar en una reforma de la Constitución que pudiera hacer viable su reivindicación, ni a la evidencia de que una Cataluña independizada unilateralmente tendría que salir de la zona euro y empezar a pedir su incorporación a la UE. Es que también pasa de considerar el hecho de que las últimas encuestas realizadas por el centro de estudios socioelectorales de la propia Generalitat arrojan una mayoría simple de ciudadanos catalanes contrarios a la independencia.

Él, erre que erre: convierte por decreto las elecciones autonómicas en elecciones plebiscitarias y se compromete, si las ganan CDC y ERC, a elaborar una Constitución de Cataluña en poco más de un año y un referéndum de ratificación en dos años. La última vez que, ante las dificultades para gobernar, adelantó unas elecciones y trató de convertirlas en un plebiscito a favor suyo, consiguió el mayor retroceso sufrido nunca por su partido y el mayor avance del de Junqueras. Ni aprende del pasado ni se ocupa del presente (una comunidad deficitaria, decadente y con recortes sociales sin fin). Va directo al futuro. Al fracaso suyo, de su partido y de Cataluña.

Desgraciadamente, también será, de alguna manera, un fracaso de España.

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