¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El viaje circular de Guerra

Como Disraeli hizo con los 'tories', Guerra quiso hacer del PSOE el 'partido de la nación'. A la vista está que no lo logró

Uno de los viajes más alucinantes de la política española contemporánea ha sido el realizado por Alfonso Guerra hasta llegar a ser un líder de opinión de la derecha. Aunque, siendo rigurosos, hay otro que también merece atención: el de Jorge Verstrynge, que pasó de ser el delfín gamberro de don Manuel Fraga a ideólogo del movimiento bolivariano (ahora, en las enciclopedias, lo nombran como "politólogo y geopolítico franco-español"). Pero volvamos a Guerra: durante los años de la Transición y los ochenta, su sola mención en los salones del reaccionariado provocaba espasmos de horror. Era, por decirlo en andaluz antiguo, la bicha. Sin embargo, hoy es difícil escuchar a un tertuliano de la Brunete que no se deshaga en elogios ante el verbo encendido de este melómano sevillano. ¿Qué ha pasado? La respuesta es fácil: Cataluña.

Los que durante el Felipato trataron con la cúpula socialista hacen un retrato de Alfonso Guerra muy distinto al que permanece vivo en el imaginario popular. Es cierto que algún ministro fugaz, como Jorge Semprún, en su libro sobre su paso por el Gobierno, lo dibuja como una persona engolada y pretenciosa, que leía novelones sesudos en los minutos previos al Consejo de los viernes, mientras el resto comentaba los planes para el fin de semana. Sin embargo, hay otros que recuerdan que, tras la máscara populista de este tribuno de la plebe, la que asustaba a marquesonas y monaguillos, se escondía un hombre sumamente moderado y pragmático, más que el tan reivindicado Felipe González. Guerra, además, vio claramente desde el principio que la amenaza a largo plazo de la democracia era el nacionalismo periférico (los antiguos aliados de la izquierda en la lucha antifranquista), y así lo hizo ver una y otra vez sin que, al parecer, tuviese éxito. Su teoría era que, al estar la derecha desarbolada (eran los felices 80), los socialistas eran los únicos que podían vertebrar España. Como hizo Disraeli con los tories, Alfonso quiso convertir al PSOE en el partido de la nación (en singular). Estuvo cerca, pero no lo consiguió. Entre los grandes fallos hay que señalar la alianza del PSOE con el PSC, motivada por un absurdo complejo charnego ante aquel grupo de intelectuales universitarios con limpieza de sangre catalana. A la vista está que fue un error, un tremendo error. Por lo tanto, Guerra sigue donde siempre ha estado. Es decir, que si ha existido un viaje, éste ha sido circular. Más se han movido los que ahora le aplauden desde la derecha. Olviden, pues, la primera frase de este artículo.

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